No es lo que se dice
Arco de herradura romanovisigodo
Cuando los invasores musulmanes —al decir de la versión oficial— (mayormente bereberes en 711 y árabes en 712) entraron en la península ibérica al muy probable reclamo de una facción visigoda y se adueñaron por sorpresa de los territorios e instituciones del reino, el arte del pueblo invadido y subyugado se regía por reglas propias con las que trazaba las formas que correspondían a un país evolucionado, que había ido asimilando a lo largo de más de doscientos años el legado hispanorromano, por un lado, y algunas influencias orientales, por otro. La cultura árabe, nacida de un sincretismo bien dosificado, supo también en esta ocasión adoptar los modelos artísticos autóctonos, que contribuyeron a perfilar más y mejor su ecléctico estilo (1).
Eso hicieron los árabes, entre otras cosas, con la celosía, tan oficialmente islámica después, y con el capitel y la columna visigóticos, pero especialmente con el arco de herradura. Este arco ultrapasado (su curva es más amplia que un semicírculo) recuerda la forma de una herradura, algo tan familiar para las gentes del Medievo —habituales usuarios de caballerías tanto para el transporte de personas y mercancías como para las labores agrícolas—, y con tal nombre por tanto ha pasado a la historia. El arco de herradura ya lo conocía la arquitectura romana por sus incursiones y asentamientos en Oriente, pero con los canteros visigodos recibió un impulso decisivo. En la mitad norte de España y Portugal quedan no pocos ejemplos de su presencia; he aquí algunos pertenecientes a los templos que se citan: San Juan de Baños (basílica y fuente), en Baños de Cerrato (Palencia); San Pedro de la Nave, en Almendra (Zamora); cripta de San Antolín, en la catedral de Palencia; San Miguel de Tarrasa (Barcelona); Santa Comba, en Bande (Orense); Santa María de Melque, en San Martín de Montalbán (Toledo); San Pedro de la Mata, en Sonseca (Toledo); San Fructuoso de Montelius, en Braga (Portugal).
Los alarifes moros que fueron llegando a partir del 711 adoptaron, pues, el usual arco de herradura romanovisigodo —que probablemente ya habían visto en Damasco, pero que no llegaron a desarrollar en el norte de África— y lo reinterpretaron, como hacían con casi todo. Este arco —cuyas dovelas salmer son rectas en el trasdós (1) y con vuelo en el intradós (1)— arranca del ábaco (1) y ensancha progresivamente su luz hasta la mitad de su altura, rebasando el intercolumnio (1); aquí ya se acomoda al medio punto. En cambio, el arco de herradura árabe —y por consiguiente también el mozárabe y el mudéjar—, se apoya en zapatas (1) salientes para darle más vuelo al arranque, pero manteniendo la luz del medio punto, circunscrita al intercolumnio y más constreñida en la zona inferior, con un peralte en la parte superior —que en siglos posteriores se haría cada vez mayor—, hasta convertirse en arco de ojiva túmida. El aspecto final es un arco de herradura más cerrado que el visigodo.
Por último, la forma de herradura se usó igualmente para trazar en planta (1) los ábsides de algunas iglesias paleocristianas, visigodas y mozárabes (o de repoblación).

Incipiente arco romano de herradura. Santuario a la diosa
Cibeles, después templo cristiano de Santa Eulalia de
Bóveda. Mera (Lugo). Siglo III.

en el arco de herradura visigodo, las dovelas
salmer tienen recto el extradós, mientras el
intradós se ensancha en la base hacia el
centro de la flecha

Arco de herradura apuntado andalusí.
Palacio duques de Medina Sidonia
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). S. XII.

Ábside con incipiente forma de herradura. Basílica
paleocristiana de Marialba de la Ribera. Villaturiel
(León). Siglo IV.

Ábside con planta de herradura. Basílica visigoda de
Cabeza de Griego (Saélices, Cuenca). Principios del
siglo VI.
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