No es lo que se dice
Anfiteatro y teatro: no hay ambivalencia
Modernamente se ha extendido la costumbre de identificar inequívocamente como anfiteatro tanto al teatro romano como al anfiteatro propiamente dicho. El equívoco parte tal vez del hecho de que en el ámbito académico se ha venido llamando “anfiteatro” al aula semicircular u ovoide, que adapta a esta forma el graderío, y también porque desde el siglo pasado, en los teatros y cines contemporáneos más añejos, al último piso de localidades escalonadas, con forma oval o sin ella, se le designa asimismo con el nombre de “anfiteatro”.
En el mundo clásico la ambivalencia teatro/anfiteatro era inconcebible. Uno no tenía nada que ver con el otro, ni en la forma ni en la misión a la que estaba destinado. El espacio ovalado del anfiteatro romano ya es un dato suficientemente explícito para distinguirlo del perfecto semicírculo que describe el teatro grecorromano. Pero si tenemos en cuenta además la clase de espectáculos que tenían lugar en el anfiteatro: peleas de gladiadores, naumaquias menores, lucha entre y contra las fieras (venaciones), algunas ejecuciones…, su exclusiva identidad no deja lugar a dudas; ninguna de dichas actividades se representaba, ni tan siquiera de forma alegórica, en la escena del teatro romano, y menos aún en la precursora skené del teatro griego, del cual aquel no era sino una réplica exacta, tanto en su función dramática como en su diseño arquitectónico.
♣ (clica encima de las imágenes)