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No es lo que se dice

Botareles, contrafuertes y otros remedios

 

En las construcciones románicas, principalmente en iglesias y ermitas, no siempre se tomaron las medidas necesarias de cimentación y de grosor en los muros para contrarrestar debidamente las cargas estructurales de la fábrica. Lo cual motivó que con el tiempo se hiciese necesario reforzar el edificio con suplementos de albañilería adheridos por fuera a las paredes, especialmente si el terreno elegido para la construcción hubiera cedido bajo el peso del inmueble. Y así nacieron los contrafuertes: refuerzos verticales de obra (3) o sillería (1), con o sin ornamentación, adosados a los paramentos (1) exteriores para transmitir por su medio a los cimientos los empujes transversales de la edificación, en especial de los arcos, las bóvedas y las cubiertas (1).

La experiencia románica, lejos de servir de escarmiento a los alarifes del gótico, los espoleó para solucionar por el mismo método el difícil equilibrio de las soberbias catedrales que querían construir en adelante. Aquellos muros tan elevados, traspasados de vanos que les restaban consistencia, con bóvedas y cimborrios sumamente pesados, no solo necesitaban buenos fundamentos y terreno firme, sino también contrafuertes románicos hacia los que dirigir las cargas que los arcos, ahora apuntados y más resistentes, no pudiesen sin embargo digerir. Pero la adustez, robustez y rudeza de aquellos contrarrestos románicos se compadecían mal con la esbeltez y aérea vistosidad de los nuevos templos. Así que idearon la forma de estilizar su diseño, sin que por ello mermase la firmeza y solidez de su función. Lo que antes había sido un voluminoso y feo machón (1) o estribo (1) se convertía ahora, separándose del muro pero engarzado en él por un aereodinámico arbotante, en un esbelto soporte ornamental, que no solo daba consistencia a toda la ingente fábrica gótica, sino que además la realzaba visualmente. Entraba en escena el botarel: apoyo exento que recibe los empujes estructurales mediante un arbotante. Los contrafuertes, a su vez, siguieron utilizándose en no pocas catedrales góticas, armonizándose con los botareles y los arbotantes con desigual fortuna estética.

La diferencia entre contrafuerte y botarel es, por tanto, clara: aquel se adhiere firmemente al muro, mientras que el botarel se separa de él, pero sigue unido a la fábrica mediante un arbotante. Dicho esto, sabremos si quien nos explica una catedral gótica o una construcción románica se ha pertrechado de los oportunos contrarrestos.

 

 

estructura de equilibrio en una
catedral gótica

Contrafuertes románicos de la iglesia de Santa
María de Armenteira. Meis (Pontevedra). 1167.

Botareles con doble fila de arbotantes.
Catedral de León. Siglo XIII.

 

Contrafuertes de la catedral gótica de Gerona.
Siglos XI- XIV.

Contrafuertes tradicionales en castillo
gótico. Torrebuceit. Villar del Águila
(Cuenca). Siglo XIV.

Arbotantes dobles con sendos botareles,
rematados con agujas. Catedral de
Sevilla. Siglo XV.

Cabecera de la colegiata de Santa María.
Villafranca del Bierzo (León). Siglo XVI.

Arbotantes-contrafuertes de la colegiata del Sar.
Santiago de Compostela (La Coruña). Siglo XII.

Santa María de los Ángeles. San Vicente de la
Barquera (Cantabria). Siglos XIII y XIV.

 

 

(clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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