No es lo que se dice
Ciclópeo y megalítico: cada piedra a su tiempo
Con el calificativo de ciclópeo se suele identificar cualquier construcción prehistórica —usado este término con todas las prevenciones, por ser todavía hoy muy discutido— hecha con piedras de gran tamaño (megalitos o monolitos) colocadas en seco —sin mezcla aglutinante alguna—, para cuyo acarreo y manipulación se ha requerido la fuerza de muchas personas y la técnica adecuada. Hasta aquí, ninguna diferencia con megalítico; de hecho ambos adjetivos, ciclópeo y megalítico, se emplean con frecuencia para evocar o designar, aunque sea de forma equívoca, la misma realidad.
Sin embargo son conceptos que corresponden a épocas y culturas distintas, si bien la transición del primero al segundo de los periodos que las abarcan fue paulatina y, por tanto, durante algún tiempo coincidentes. Hay que aclarar en este punto que las dataciones que vienen a continuación conciernen exclusivamente a Occidente. Hoy sabemos, por los hallazgos líticos de varios yacimientos de Asia Menor (la antigua Anatolia, hoy Turquía), que al menos las regiones intermedias de Eurasia se anticiparon en varios miles de años en el proceso de extracción, acarreo y modelación de las grandes piedras. Por el contrario, otras regiones del mundo, y más concretamente el continente americano y la Polinesia, sufrieron un retraso, también milenario, en las técnicas de manipulación de los grandes bloques (2) pétreos. Las periodizaciones, por tanto, de lo megalítico y lo ciclópeo aquí expuestas, se refieren exclusivamente a Europa.
El periodo megalítico, que comenzó en el Neolítico medio —en torno al 4000 a. e.—, precede al periodo ciclópeo —hacia 2500 a. e.— y alude a la utilización de grandes rocas tal y como se encuentran en el medio natural u obtenidas por extracción en bruto de alguna cantera. Con estos megalitos se erigieron, utilizando la técnica del enclavamiento, los menhires más primitivos y los dólmenes. Es la época de los primeros y rudos ortostatos, grandes losas e informes bloques semipoliédricos con los que nuestros antecesores prehistóricos conformaron las paredes, las cubiertas (1) y algún pilar (1) de aquellas cámaras dolménicas que en muchos casos terminarían siendo túmulos (1).
Los monumentos megalíticos se hallan diseminados principalmente por buena parte de Europa occidental, pero los focos más importantes se encuentran en la Bretaña francesa, sur de Inglaterra, Irlanda y en la península ibérica.
La subsiguiente cultura ciclópea continuó dando culto a la divinidad y honrando a sus muertos con los mismos monumentos que había utilizado la cultura megalítica, pero en las moles empleadas para nuevas construcciones se aprecia ya un cierto escuadramiento, que alterna con el uso del mampuesto. Se da sobre todo en la Edad del Bronce (2500-700 a. e.), y se diferencia arquitectónicamente por la aplicación de una rudimentaria labra (2) a los grandes bloques líticos (monolitos) y su colocación en aparejo. Por tratarse aún de piedras de mucho peso y gran volumen, no necesitaban argamasa que diera consistencia al muro, y los toscos sillares, más o menos escuadrados, se superponían a hueso, con absoluta garantía de solidez y firmeza.
No obstante, como sucede siempre con todas las culturas y manifestaciones artísticas, ambas formas de manejar la piedra convivieron —ya se ha apuntado más arriba— durante algún tiempo, en este caso varios siglos, hasta que la posterior cultura ciclópea se impuso definitivamente sobre la megalítica, que acabó desapareciendo.
Las construcciones ciclópeas se dieron originariamente en las islas y costas del Egeo (cultura pelásgica o micénica), de donde se extendieron a otras islas del Mediterráneo (talayotes, navetas, nuragas), pasando igualmente a Egipto y al sur de Iberia.
Ver también este artículo y este otro.

Monumento funerario precolombino (chullpa).
Yacimiento arqueológico de Cutimbo. Puno
(Perú). 1100-1450.

Aspecto de una parte de la excavación de Göbekli Tepe.
Sanliurfa (sudeste de Turquía). 9.600-8.200 a. e.
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