Búsqueda rápida de términos
Pon entre comillas los términos compuestos.

No es lo que se dice

Confesonario y confesionario, algo más que una «i» de diferencia

 

Desde que el concilio de Trento (1545-1563) impulsara en la Iglesia católica el rito individual y privado del sacramento de la penitencia, reduciéndolo con carácter preceptivo a la confesión auricular de los pecados, no ha faltado en la jerarquía eclesiástica y en quienes administran el sacramento —mucho más antes que ahora, ciertamente— el celo necesario para que la buena práctica de la confesión particular se propagara de forma bien reglamentada. Así que pronto surgieron los «manuales para hacer una buena confesión», escritos tanto para orientar al confesor como para el aprovechamiento espiritual de los confesandos. Eran los confesionarios: tratados o discursos en que se daban reglas para saber confesar y confesarse.

El progresivo abandono de la práctica religiosa que durante los últimos sesenta años está sufriendo la Iglesia por parte de sus fieles gracias al fenómeno de la secularización ha incidido de forma muy directa en el olvido del sacramento de la reconciliación. Por eso, en un esfuerzo desesperado por recuperar el control de las conciencias, no han faltado en las parroquias y otras comunidades eclesiales iniciativas, incluso extracanónicas, menos acuciantes para el espíritu, como son las celebraciones comunitarias de la penitencia.

Pero ni por esas. La gente ya no quiere confesarse. Ni de una forma ni de otra. Donde falta el sentimiento de culpa no hay demanda de perdón. Y para los desahogos —añejo motivo que tantas veces inducía a visitar el confesonario— la sociedad actual ya cuenta con otros cauces, incluidos, cómo no, los medios de comunicación. La búsqueda de consejo y consuelo —otra motivación concomitante para acudir al sacramento— también tiene en los tiempos modernos ámbitos novedosos donde hallar satisfacción. De modo que, de los siete sacramentos, el de la confesión es el que cuenta hoy con menos adeptos —con permiso del orden sacerdotal—.

No es de extrañar por tanto que en la cultura religiosa de la mayoría de la gente ya no se repare en la sutil diferencia, antaño meridiana, entre confesionario y confesonario, distinción verbal por la que abogo aunque solo sea desde un punto de vista cultural, aun a sabiendas de que la simple convención lingüística está detrás de tantas homofonías. Cabe por ende concluir que en el buen uso del idioma habrá que distinguir entre el periclitado manual de las confesiones o confesionario y el también amortizado y en vías de extinción confesonario, ese solitario y misterioso mueble atemporal que aún nos estremece cuando lo descubrimos, escaso, vacío y lejano, en la soledad de nuestros templos.

 

 

El papa Francisco se confiesa. Basílica
del Vaticano. 2014.

Manual de confesores y penitentes.
Salamanca.1556.

Instrucción de confesores y penitentes.
Granada. 1623.

Manual de confesores. Sevilla. 1743.

 

Reglas y modo fácil de hacer una buena
confesión. Barcelona. Primera mitad del
siglo XVIII.

El confesor y el penitente instruidos.
Madrid. 1760.

 

(clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tipos de confesonarios (preámbulo a la colección fotográfica de confesonarios del autor de este glosario) 

 

Puedes dejar un comentario

 Volver a No es lo que se dice

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *