No es lo que se dice
Crucero y rollo pugnando por la hegemonía
Que el brazo secular y el brazo eclesiástico han ido de la mano durante siglos lo atestigua la historia fehacientemente. La aplicación de penas y castigos, esto es, el ejercicio más socorrido de la justicia, hasta hace doscientos años concernía por igual en no pocos países al poder civil-militar y al poder de la Iglesia. Ambos eran —y se llamaban— «poderes», y como tal se conducían sin reservas porque su autoridad, indiscutiblemente, les venía de Dios. De ahí que muchas veces no se sabía muy bien de dónde procedía el veredicto de culpabilidad de un ajusticiado, pues la colaboración entre la jurisdicción terrenal y la vicaria jurisdicción divina era tan estrecha que una vez más se consagraba como cierto el secular dicho castellano de «tanto monta, monta tanto».
Por eso no debe extrañarnos que el crucero (3) de nuestras viarias encrucijadas o cruz de término de nuestras lindes municipales todavía hoy se confunda en muchas mentes con la picota y el rollo (1) de nuestras plazas (véase este artículo). Crucero y rollo tenían ciertamente funciones distintas y hasta diferían (a veces no demasiado) en su diseño, pero la sombra institucional que proyectaban no podía ser más parecida. Además, ambos postes enhiestos evocaban una condena: la del Justo por antonomasia (Jesús de Nazaret) y la del injusto o ajusticiado de turno. El crucero representaba la muerte del primero y sus frutos redentores: tregua (descanso) y promesa para el peregrino; el rollo, en cambio, anunciaba disuasoriamente la jurisdicción comunal con poderes bastantes para condenar al delincuente a la picota.
Pero ambos monumentos, a pesar de su trasfondo son, cabe repetirlo, conceptual y formalmente distintos. Una primera diferencia visual la encontramos en la cruz que remata y da nombre y sentido al crucero. El rollo en cambio no siempre la lleva, su envergadura suele ser mayor y luce por lo común primorosas ornamentaciones, de las que la cruz de término generalmente carece.
En la erección de rollos y cruceros —a veces muy magnificentes— no podemos descartar la sana emulación de los pueblos, pero salta a la vista que el rollo concitaba mayores porfías, como comprobamos en nuestros recorridos por la Península, especialmente por los pueblos de ambas Castillas.
La belleza y esmerada labra (1) de cruceros y rollos nos admira y sobrecoge con frecuencia, pero al contemplar boquiabiertos ciertos rollos jurisdiccionales nos hacemos siempre la misma pregunta: ¿cómo algo tan bello pudo ser al mismo tiempo heraldo de condenas y antesala del patíbulo?
Imágenes que ilustran este artículo las encontrarás en cruz de término, en rollo y en picota.