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No es lo que se dice

Pináculo, chapitel, aguja: en busca de la identidad perdida

 

La riqueza de un idioma se mide por la abundancia y precisión de sus voces. Ahora bien, es la precisión la que determina las voces necesarias de una lengua, y por tanto, su abundancia. Dando un paso más en este razonamiento, es manifiesto que las mentes más evolucionadas requieren mayor cantidad de términos para canalizar o expresar con veracidad y justeza los conceptos que la investigación y el raciocinio van descubriendo o concibiendo, y demandan nuevas palabras para ideas nuevas, buscan vocablos que expresen fehacientemente matices no alumbrados hasta ese momento, y así se va enriqueciendo el acervo idiomático. Por el contrario, al identificar con un mismo lema cosas distintas, se empobrece el idioma, mengua la virtualidad de la comunicación y con ello la capacidad de entendimiento. En última instancia, el equívoco y la ambigüedad, tan dañinos en las relaciones sociales, no lo son menos en los contextos culturales, y ambos, equívoco y ambigüedad, son producto de la ignorancia o el menosprecio del patrimonio verbal de un pueblo. Al léxico reduccionista y declinante del día a día se llega fácilmente: basta con no esforzarse por hallar la voz correcta, la palabra justa. Y esto a la larga atrofia el ‘músculo’ de la mente. Por el contrario, es sabido que quien cuida las palabras entrena su capacidad razonadora.

Si a todo elemento arquitectónico que termina más o menos en punta lo llamamos pináculo, habremos de despedir del diccionario no pocas voces y locuciones que se han acuñado a lo largo de los siglos con visión analítica para expresar algo más que lo que simplemente salta a la vista, para matizarlo, para elucidar aspectos complementarios con los que enriquecer el concepto general. Basta pensar en: piramidióncopete, coronel, remate cónico, bulboso o piramidal, ápice, cúspide, flecha (2), vértice, apéndice, corona cima (2), fastial, jarrón, cresta, piñón (3), gablete y, especialmente, aguja (1 y 2) y chapitel.

Ajustándonos a lo que su propio nombre indica, también en arquitectura entendemos por AGUJA todo elemento delgado y puntiagudo, de longitud variable, que en nuestro caso sirve para rematar, en solitario o combinado con otras piezas finales, algunas construcciones o las partes elevadas de un edificio, como cúpulas, torres, campanarios, etcétera. Sin perder su esbeltez, adopta por lo general forma prismática. Especialmente en la arquitectura gótica y sus estilos satélites, a la aguja la vemos también recubierta de croché, en abigarrada compañía de otras agujas de igual o diferente tamaño, formando grupos o recorriendo el perímetro cimero de un edificio, enalteciéndolo con un mayor impacto visual. Por último, la aguja casa bien con los contrafuertes y botareles de nuestras magnas iglesias, sobre los cuales se coloca a veces como ornamento y para aumentar el peso de dichos contrarrestos.

Al voluminoso PINÁCULO, de profusa labra (1) y progresivo aguzamiento superior, se le ha reservado en la historia del arte un sitio de honor. Si la aguja, además de su menor tamaño, es un elemento ornamental accesorio, el cónico pináculo, por el contrario, descuella por su importancia, pues es pieza principal en la construcción. Forma parte destacada del frontispicio (1) o de las torres que configuran la fachada. En algunas catedrales góticas se aloja inmediatamente detrás del hastial u ocupa nada menos que el puesto del cimborrio. Cuando lo hay, el pináculo es sin duda el elemento más sobresaliente de un edificio.

El CHAPITEL presenta, frente al pináculo, una diferencia determinante: su figura cónica o sus afilados paños (3) no son labrados, sino lisos (como mucho, cubiertos de gallones [3]). Su forma, en ocasiones bulbosa o con otros diseños que a veces adopta, también lo alejan del pináculo. En todo lo demás coincide con él, salvo que nunca sustituye al cimborrio, aunque puede coronarlo. Por lo demás, los chapiteles se prodigan con frecuencia sobre torres y torreones y hasta se dejan ellos mismos montar por una aguja lisa que acentúa todavía más su proyección celeste. No es chapitel, en cambio, ese tejado a dos o más aguas, de acusada inclinación en los faldones (1), con que se cubren algunas casas o palacios en países fríos para evitar que la nieve se acumule en la cubierta (1). Tampoco es un chapitel el piramidión de un obelisco.

 

Además de las siguientes imágenes, pueden verse otras ilustraciones en las entradas correspondientes a pináculo, aguja y chapitel.

 

 

Pináculos de la fachada principal de la Sagrada
Familia. Barcelona. 1882-?

Previsión de cómo será el pináculo central
de la Sagrada Familia de Barcelona a su
terminación en 2026.

Agujas superiores exentas y agujas inferiores
adosadas a los contrafuertes San Juan de los
Reyes. Toledo. 1495.

Torre de la catedral de Toledo.
Chapitel «trirregnum» por ser
sede primada. Siglo XV.

 

Catedral de Burgos. Siglos XIII-XVI.

Torre con chapitel de Ntra. Señora
de la Asunción. Porcuna (Jaén).
1910.

Torres chapiteladas y con agujas del palacio de
Arbide. San Sebastián. 1904.

Iglesia Mayor de Ulm (Alemania). (Nunca
fue catedral.) Siglo XVI. Su pináculo forma
parte de la fachada. Es el templo gótico
más alto del mundo.

Agujas circundando y coronando chapiteles. Calle
Almagro, esquina con plaza Alonso Martínez.
Madrid.

 

 

(clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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