No es lo que se dice
Tribunas y triforio, tributarios de una confusión
Según la teoría más generalizada, en la construcción de algunas catedrales románicas y góticas y otras iglesias principales enclavadas en las medievales rutas de peregrinación se hizo necesario, por la mucha afluencia de fieles en celebraciones especiales, disponer espaciosas galerías (1) o tribunas (1) sobre las crujías laterales, y a veces sobre la girola, que ampliaran la capacidad del templo, una vez que se completaba en planta (1) el aforo de las naves. (Relajadas reminiscencias del matroneum paleocristiano y bizantino, destinado a la separación de sexos, heredado a su vez del judaísmo.) Tenían dichas tribunas la misma anchura que las naves laterales y desde allí podían los peregrinos oír los sermones y seguir visualmente las ceremonias del altar mayor. Su estructura se conformaba como un espacio continuo, o bien tabicado por tramos, con arquerías y antepechos (1) a lo largo de su recorrido por ambos lados de la nave central. Este prototipo medieval trascendió a otras épocas, y caló también en estilos posteriores, sin que los templos que lo adoptaban tuvieran relación alguna con las rutas de peregrinación que motivaron la idea original.
Algunas catedrales, especialmente fuera de España y más las góticas que las románicas, presentan también sobre las tribunas otro piso (1) de arquerías, de factura aparentemente similar, y cuya profundidad o anchura no siempre es apreciable desde abajo. Podríamos por tanto pensar que aquello también son tribunas. Pero se trata más bien de un estrecho pasillo o ándito (1), vedado a los fieles, cuya finalidad es hacer más fáciles las tareas de mantenimiento del templo, si bien contribuye igualmente con sus arcos y columnas a aliviar las descargas estructurales (2) de las bóvedas y aligerar y embellecer los altísimos paramentos (1) de la nave principal. Lo llamamos triforio (1).
Otras veces no se da esta duplicidad de tribuna y triforio, y son incluso mayoría las iglesias españolas de este tipo que rasgan sus altos paramentos con el angosto triforio funcional y no con la ancha tribuna habitable, sirviendo a un tiempo de ornamento y de descarga, como ya se ha dicho.
A la hora de describir el interior de una catedral o de cualquier otro templo de las características descritas, leemos y oímos a menudo, y solamente, la palabra triforio (suena en verdad más exótica) para señalar la espaciosa galería arqueada (2), por tramos o continua, que recorre a media altura y por ambos lados la nave mayor, sin dudar siquiera quienes formulan tal aserto de que pueda tratarse de una tribuna. Esta errónea identificación de tribuna con triforio lleva además a no pocos ‘entendidos’ a caer en otro disparate: llamar «falso triforio» —en los templos que carecen de tribunas— al triforio propiamente dicho. Y atribuyendo a triforio, por pedantería más que por ignorancia, propiedades de tribuna, resulta que cuando aquel no las tiene —porque no le corresponden— se ven abocados a tildarlo de «falso». Sublime petulancia.
Ahora ya sabemos que las tribunas existen y que reclaman silenciosamente su derecho a ser llamadas por su nombre… cuando corresponda.

Interior de las tribunas de la catedral de
Santiago Apóstol. Santiago de Compostela
(La Coruña). 1075-1128.
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