No es lo que se dice
Nervios ornamentales de la bóveda de arista
La mayoría de las bóvedas de arista perfilan longitudinalmente sus aristas (4) con sendos nervios, cilíndricos o prismáticos —a veces muy recios—, que llamamos aristones (1) o braguetones. Su destacada apariencia puede llevar a pensar que su misión es sostener la bóveda misma. De hecho, cual cimbreadas vigas sustentantes, esos voluminosos baquetones (3) recorren de parte a parte el intradós (1) de la bóveda, partiendo cada uno del correspondiente ángulo abovedado y muriendo diagonalmente en el ángulo opuesto, cruzándose con el otro o los otros nervios a mitad de camino a la altura de la clave, justo en el centro de la bóveda. Como si la cimbra (2) que sostuvo la bóveda mientras se construía esta hubiera encomendado a esos robustos ‘apoyos’ seguir aguantando sine die el peso de los sillares o ladrillos que conforman los plementos.
Nada más lejos de la realidad. La bóveda de arista es en sí misma uno de los contrarrestos más eficientes de la construcción, si no el mayor. La bóveda de cañón —embrión de la bóveda de arista—, que los romanos descubrieron en Oriente (o que tal vez sus antecesores, los etruscos, ya conocían), y sobre todo su propagación por todo el Imperio, supuso una verdadera revolución en el mundo de la edificación por su enorme capacidad de soportar peso. Pero el entrecruzamiento perpendicular de dos bóvedas de cañón —que eso es en definitiva la bóveda de arista—, hallazgo romano, esta vez sí, para cubrir principalmente espacios cuadrados, aumentó aún más la resistencia de aquella trascendental bóveda de cañón. Y es que la propia configuración de la bóveda de arista cumple sobradamente, sin intermediación de nervadura alguna, como ya se ha señalado, las exigencias de sustentación que se espera de ella, transmitiendo directamente a los muros, a los pilares (1) o a las columnas de sus cuatro extremos los empujes que soporta. Dicho en otras palabras: la bóveda de arista no sólo se sostiene a sí misma encaramada a muros, pilares o columnas, sino que, sin más ayuda, transmite a estos impertérrita las tensiones de la cubierta (1) y otras sobrecargas, además de las originadas por su propio peso.
Podemos concluir por tanto que esos aparatosos nervios que presentan muchas bóvedas de arista no son estructurales (1), porque no soportan nada. De hecho, las bóvedas de arista viva no los llevan, y ejercen sin merma alguna la misma función que las bóvedas nervadas (1). Ya dentro del gótico pleno, tampoco contrarrestan empujes o tensiones los terceletes y las ligaduras (1) o combados (1), esos falsos nervios que pueblan las complejas bóvedas de tracería (2) góticas. Tanto estos ‘nervios’ como aquellos más auténticos no son sino meros apéndices ornamentales que vienen a vestir con mayor o menor vistosidad la más severa desnudez de las primarias bóvedas de crucería.

Bóveda de arista de un absidiolo de la iglesia
de San Cipriano. San Cebrián de Mazote
(Valladolid). Siglo XII.

Nervios de la cripta de la capilla Barbazana.
Concatedral de Santa María la Real.
Pamplona. Siglo XIV.

Bóveda nervada de la iglesia del monasterio
de Santa María de Retuerta. Sardón de Duero
(Valladolid). Siglo XII.

Bóvedas de arista tapada de la antigua
cocina del monasterio trapense de
Santa María. Sobrado de los Monjes
(La Coruña). Siglo XII.

Nervios prismáticos de la sala capitular de la iglesia
de Arenillas de San Pelayo (Palencia). Siglo XII.
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