Búsqueda rápida de términos
Pon entre comillas los términos compuestos.

No es lo que se dice

Vía de la Plata (hablando en plata)

 

Que el patrimonio arquitectónico de la vía de la Plata es inabarcable lo sabe mucha gente. Pero lo que no todos saben es que la ruta que lo cobija, por más que se apellide «de la Plata», no guarda parentesco nominal alguno con el preciado metal. Este dato lo conocen hoy —gracias al masivo acceso a la información que proporciona internet— muchas más personas que hace cincuenta años. Porque la persistente confusión de algunos viene de lejos, y de todos es sabido que el venerable peso de la tradición llega demasiadas veces a hacer crónico un errado entendimiento. El que ahora nos ocupa se mantiene a impulsos de la inercia en ambientes poco cultivados.

La identificación de la calzada romana Emerita Asturica (desde Mérida a Astorga) con la plata ya está documentada en el siglo XV, y nuestro insigne gramático y humanista Antonio de Nebrija (1441-1522), en su obra De mensuris (pág. 4), escrita a comienzos del siglo XVI, también lo recoge: via nobilissima argentea vulgo dicitur. Nebrija no tuvo más remedio que llamar en latín via argentea a lo que se conocía vulgarmente como «vía de la Plata», ya que se atribuía precisamente a la plata el origen de tan antiquísimo camino.

Lo cierto es que hacia el año 1000 a. e. los pueblos tartésicos (y posteriormente los turdetanos) del suroeste peninsular ya usaban esta ruta para comunicarse con las etnias del noroeste y comerciar con ellas los metales que extraían de las minas de Sierra Morena. Más tarde, con la incipiente romanización llevada a cabo en el siglo II a. e. y mucho más con la de los siglos posteriores, la vetusta ruta metalífera recibió un impulso aún mayor con la intensiva extracción y el acarreo de nuevos metales —el oro de Las Médulas especialmente— y por enlazar con otras calzadas hacia levante (Legio, Calagurris, Caesar Augusta); se prolongó además por el sur (Sevilla, Cádiz y Ayamonte), buscando el Atlántico, y por el norte (Gijón), para abrir nuevos puertos en el Cantábrico.

Esta espléndida red de carreteras libres de peaje —amén de otras muchas calzadas que cruzaban la piel de toro de lado a lado y de arriba abajo— fue para los recién llegados norteafricanos del siglo VIII el mejor corredor que imaginar pudieran en su fulminante ocupación peninsular frente a una desconcertada Hispania visigoda (según la versión oficial de la llamada «invasión» musulmana). La Emerita Asturica de la Lusitania fue posiblemente la primera calzada que pisaron. Y aunque en la mayor parte de su recorrido estaba cubierta de zahorra o gravilla apisonada —al igual que todas las calzadas romanas, excepto la itálica Vía Apia, enlosada en casi la mitad de su recorrido—, los kilómetros más próximos a las urbes importantes se pavimentaban con grandes piedras planas. Esta novedad impresionó mucho a aquellos belicosos jinetes del Magreb, y ello motivó que comenzaran a llamarla al-Balat (‘camino empedrado’). Las sometidas gentes hispanovisigodas tuvieron entonces que adaptar el nuevo nombre de su calzada a como ellas lo percibían en boca de sus invasores, y el sonido con que al-Balat llegaba a sus oídos era lo más parecido a “plata”.

Otra explicación lexicográfica de la vía de la Plata se remonta al latín tardío delapidata, con que en la Alta Edad Media se designaban los suelos empedrados, incluidos los privilegiados tramos de algunas calzadas, denominación que por corrupción fonética acabaría igualmente como “plata”.

De ahí a dar el salto semántico al preciado metal de los plateros, teniendo en cuenta los antecedentes metalúrgicos de la Emerita Asturica, no hay más que un paso.

 

 

La vía de la Plata (tradicional Camino de
Santiago meridional) en el contexto de
las otras rutas jacobeas

Vía Emérita Astúrica a su paso por el
hoy Museo Nacional de Arte Romano.
Mérida (Badajoz). 25 a. e.

 

Vía de la Plata sin empedrar en la provincia de
Salamanca

 

 

(clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Puedes dejar un comentario

                              Volver a No es lo que se dice