No es lo que se dice
Árabe e islámico, juntos pero no revueltos
En arte usamos indistintamente con demasiada frecuencia y poca deliberación los calificativos de árabe, islámico/a y musulmán/a. Cabe matizar sin embargo que el término «árabe» en su acepción más pura queda circunscrito en primer lugar al ámbito geográfico, a lo que procede de la península arábiga —delimitada por el golfo Pérsico, el golfo de Adén y el mar Rojo, en la confluencia de África y Asia— y de los países arabizados del entorno; en segundo lugar, a la identidad étnica, que se remonta a miles de años antes de Mahoma, y por último al dominio lingüístico, que viene determinado por el idioma materno y sus variedades locales.
En cambio las voces «islámico» (‘sometido a Dios’) y «musulmán» (‘creyente’) están directamente vinculadas a la fe del Profeta y presentan por tanto, también en el terreno artístico, connotaciones religiosas que «árabe» implícitamente no tiene, habida cuenta de que no todos los árabes, los de ayer y los de hoy, profesaron y profesan la religión coránica (en el pasado hubo, por ejemplo, reinos árabes cristianos y tribus árabes judías).
Además, en los llamados «países árabes» se han dado ya antes y se dan también ahora otras manifestaciones plásticas que nada o muy poco tienen que ver con lo que entendemos por arte musulmán.
A la inversa, el islam se practica en los cinco continentes, dando lugar a multitud de pueblos diversos islamizados (la mayoría musulmana del planeta no pertenece a países árabes) que a su vez crean arte islámico, producción esta que, precisamente por su origen, no podríamos catalogar de «árabe» sin temor a equivocarnos.
En este contexto cabe precisar, por las mismas razones, que el término «hispanoárabe» referido al arte islámico de la península ibérica no expresa con propiedad la realidad artística de al-Ándalus o de la España musulmana; para ello disponemos de las voces andalusí e hispanomusulmán, con las cuales identificamos inequívocamente dicha producción plástica.
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