No es lo que se dice
Islámico, el arte “inimaginado”
La última edición (2016) del Diccionario de uso del español de María Moliner (1900-1981), en la entrada «imaginar» recoge todavía la acepción antigua de «adornar con imágenes un sitio». Hay, pues, lugares imaginados —las iglesias, por ejemplo— y otros inimaginados, como las sinagogas y las mezquitas. (Se entiende por imagen cualquier representación animal o humana.)
Está muy extendida la afirmación de que el islam no tolera las imágenes. Tal aserto requiere ser matizado. Frente al culto ‘idolátrico’ de los católicos —culto que se maquilla de “otra cosa” con el pretexto de que Dios invisible se hizo visible en Jesús de Nazaret—, los musulmanes, siguiendo la tradición hebrea, siempre han enarbolado su acérrimo aniconismo religioso. Cabe subrayar con urgencia lo de “religioso”, porque el islam solo prohíbe las imágenes desde el lado de la fe, o sea, en las mezquitas y en la práctica de la oración, pero no en el ámbito civil o profano. Y aunque el Corán no se pronuncia al respecto, sí lo hace la Tradición islámica, su autorizada intérprete, y en ella se fundamenta el proclamado aniconismo mahometano, corolario teológico de su monoteísmo fundacional. Nada sin embargo se opone a que libros, cerámica, tejidos, industria eboraria e incluso algunas paredes de recintos ajenos a la oración se ilustren con pinturas o relieves de animales y también de humanos. El mismo Mahoma ha sido siempre en el mundo islámico objeto de numerosas representaciones, y la cúpula y las bóvedas de la Sala de los Reyes de La Alhambra nazarí están llenas de pinturas figurativas de finales del siglo XIV y comienzos del XV.
Pero para un musulmán Dios es incognoscible e intangible. Su inmensidad y misteriosa presencia son incompatibles con la percepción de los sentidos, especialmente con la vista. Alá no puede ser recreado en imagen porque eso supondría saber cómo es o haberlo visto. Y Dios ni puede ser aprehendido por el intelecto ni tiene forma alguna capaz de ser visualizada. Todo intento de presentarlo a los ojos humanos es un engaño. Y consiguientemente, cualquier iconografía (1) de seres animados —racionales e irracionales— con ánimo veneracional invade el ámbito de la exclusiva y debida adoración a Dios, invisible y único. Las imágenes inducen a idolatría, son ajenas y contrarias a las esencias monoteístas.
Con estos principios la inspiración suprema del arte musulmán no puede ser otra que la abstracción. Y dado el arraigado sentido religioso que permea la vida de todo fiel mahometano, y la imbricación entre religión y política desde el nacimiento mismo del islam, las formas abstractas concebidas por imperativo de la fe han presidido siempre la plástica islámica, incluso en contextos profanos, a pesar de que en ellos no se prescriban, como ha quedado dicho, restricciones figurativas. Los rasgos esenciales del arte islámico están configurados por la fe, y el mismo aniconismo de lo sagrado es sin duda el feliz causante de que el arte islámico haya alcanzado la quintaesencia del ornato vegetal y la decoración geométrica, plasmados en esas intrincadas combinaciones y esquematismos florales que lo tapizan todo. La sinuosidad de las complicadas lacerías hace perder la mirada de quien las contempla para llevarlo a un profundo estado de interiorización y contemplación, antesala de la unión con Dios. Con el genérico término de «arabesco» solemos agrupar en Occidente la infinita diversidad de esgrafiados, frisos 4), zócalos (2) y cenefas henchidos de atauriques y caracteres cúficos, frondas y entrelazados (2), vástagos y zarcillos, antemas y cardinas… del arte islámico, dispuesto todo con reiteración, repetitivamente, generando así sensaciones de movilidad y desmaterialización arquitectónica, evocando la condición efímera y cambiante de las cosas, porque lo único inalterable es Alá.
Otro rasgo intrínseco y diferenciador del arte islámico es la suplantación de la imagen por la palabra, herencia del nomadismo árabe. La escritura sacra, como encarnación visible de la palabra divina, preside, acompaña, ilustra y proclama la fe en Alá desde todos los rincones, en palacios, mezquitas y madrazas. Dios no es visible, pero ha dejado su palabra como testimonio fehaciente de su presencia entre los hombres.
La ausencia de imágenes en el islam ha llevado al arte a elevar la decoración —antes subsidiaria, ahora protagonista— a la categoría de arquitectura, porque, libre del obligado corsé que la estatuaria y la pintura imponen en pro de evocaciones históricas o sagradas, ha conjugado multiplicidad de formas componiendo arcos y capiteles, armando bóvedas y cúpulas, que no enmarcan ni enaltecen imagen alguna, sino que se guarnecen de mocárabes y yeserías creando un lenguaje arquitectónico nuevo. Como nueva es también la conjunción de arquitectura y agua en un mismo elemento, diseñando jardines que forman parte indisoluble del hábitat doméstico (almunia).
Un arte, en suma, inimaginado pero lleno de imaginación.

Jarrón de las gacelas. Cerámica
nazarí. Siglo XIV. Museo de la
Alhambra. Granada.

Fresco de bailarinas del antiguo palacio de
Jawsaq, en Samarra (Irak). 860. Museo de
Arte Islámico de Berlín.

Fuente de los Leones, una de las escasas
representaciones escultóricas zoomorfas
de bulto redondo en el arte andalusí.
La Alhambra. Siglo XIV.
♣ (clica encima de las imágenes)