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No es lo que se dice

Aceña y molino frente a frente

 

Los avances tecnológicos de la Edad Contemporánea han ido arrinconando poco a poco las antiguas técnicas empleadas durante siglos en la molienda de granos, especialmente cereales. Además de los molinos de viento —de los que aquí no hablaremos—, los molinos de agua y las aceñas rurales cubrieron buena parte de la industria harinera hasta mediados del siglo XX. Eran construcciones robustas de sillar y mampuesto situadas en el mismo cauce de un río o en sus orillas y alojaban en su interior la maquinaria que, utilizando el líquido elemento, accionaba con su impulso los mecanismos encargados de mover la rueda que trituraba y convertía en polvo los granos de trigo, centeno, avena y cebada, principalmente, con el que en los hogares se amasaban y cocían las distintas clases de pan y se elaboraban los infinitos platos de la cocina tradicional. (Los posteriores batanes se inspiraron a su vez en este aprovechamiento mecánico del agua encauzada para enfurtir paños.)

Las aceñas y los molinos fueron por tanto los protagonistas primarios de una revolución industrial que desplazaría definitivamente las primitivas prácticas de moler a fuerza de brazos o con animales de tiro los duros granos de la cosecha. Pero aceñas y molinos no funcionaban de la misma manera. Siendo idénticas la piedra molar y la solera (6) e idéntico también el producto final, la harina, cada cual tenía su propia ingeniería y un modo diferente de utilizar la linfa motriz, lo que condicionaba la forma exterior del inmueble y la fábrica del edificio.

En la aceña, que se situaba en el mismo cauce del río o del arroyo —o en un ramal hecho a propósito—, el mayor o menor ímpetu de la corriente hacía girar el rodezno (rueda hidráulica con paletas generalmente curvas y eje vertical u horizontal), el cual, mediante otro eje inverso movía la maquinaria que transmitía a la muela el movimiento rotatorio necesario para la molienda. El funcionamiento de la aceña quedaba por tanto a merced de la corriente del río, que, por no ser constante, determinaba el ritmo de la producción y reducía el grado de decisión del molinero.

El molino, a orillas del río o del arroyo o en sus inmediaciones, se abastecía de agua mediante una noria, que con sus cangilones o arcaduces la tomaba de la corriente para depositarla fuera del cauce en un embalsadero o azud (2) más elevado que aquel, de donde era conducida a través de una acequia, caz o cuérnago (atarjea) en pendiente hasta la rueda móvil o rodezno —esta vez en posición vertical y a un nivel inferior—, la cual, al recibir el impacto del agua precipitada, accionaba, como ya se ha dicho, el mecanismo que ponía en rotación la piedra molar o volandera. El azud permitía moler a gusto del molinero, que solo tenía que abrir, durante el tiempo que él quisiera, una pequeña compuerta o tajadera para que el agua bajara con fuerza hasta la impulsora rueda motriz.

La menor disponibilidad de la aceña por su dependencia de la corriente fluvial quedaba compensada por el ahorro en infraestructuras y por la exención del canon comunal de toma de agua y almacenamiento, inversión y gravamen que, por el contrario, sí debía asumir el molinero. A cambio, el molino molía diez o doce veces más que la aceña, sacaba mejor harina y tenía asegurado el funcionamiento al no depender del estiaje.

Tanto la aceña como el molino (descritos aquí sin atender a sus múltiples variables mecánicas) eran construcciones de aspecto rústico y robusto, pero la aceña, por su emplazamiento en el mismo curso del río, requería de materiales más sólidos, por lo común sillares, que la dotasen de una firme cimentación e hicieran frente en ocasiones al embate de las aguas.

Es frecuente que al hacer referencia a estas reliquias del pasado —que en algunos casos, tras su oportuna restauración, siguen engrosando nuestro patrimonio rural— no distingamos ya entre una aceña y un molino, pero recordemos que sus dueños coincidían en una cosa: quedarse por derecho propio con la reglamentaria maquila (porción de nuestra molienda) en pago por sus servicios.

 

 

Aceñas de Olivares en el cauce del río Duero.
Zamora. Siglo XI.

Aceña de Villamayor (La Coruña) en el arroyo
Medio, afluente del río Lambre.

Aceña de San Antonio sobre el río Guadalquivir.
Córdoba. Siglo XIV.

Aceña de Pedroso sobre el río Jubia. Narón
(La Coruña). Siglo XVIII.

Molino harinero de Segade junto al río Umia.
Caldas de Reyes (Pontevedra). Siglo XV.

Fábrica de harina de San Antonio. Medina de
Rioseco (Valladolid). Mediados del siglo XIX.
Hasta su electrificación, molía el grano con
la corriente motriz del Canal de Castilla.

Molino harinero de Urdax (Navarra), siglo XII,
reconstruido en el siglo XVIII.

Molino de Martos, en la margen derecha del
Guadalquivir. Córdoba. Siglo XIII.

prototipo básico de molino harinero hidráulico

Molinos harineros de Folón. El Rosal (Pontevedra).
Siglos XVIII y XIX.

Noria del molino de la Seña o Aceña.
Cuevas Bajas (Málaga). Finales del
siglo XVIII.

Azud y molino harinero de Cherta (Tarragona). 1575.

 

 

(clica encima de las imágenes) 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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