No es lo que se dice
Fajones: los arcos de un malentendido
Sin más averiguación, por arco fajón (1) se entiende comúnmente el que «forma parte de la bóveda de cañón y sirve para reforzarla». Es esta la socorrida definición de numerosas referencias arquitectónicas, que plagian sin rebozo unas de otras repitiendo la misma cantinela. Otros voluntariosos intentos de definición más solícitos entran en matices, pero a la postre no hacen sino reiterar lo ya expresado en el enunciado general, a saber, que el arco fajón refuerza la bóveda. A pesar de tan universal asentimiento cabe preguntarse: ¿qué son y para qué sirven realmente los arcos fajones? Así, en plural, porque el fajón casi nunca va solo, sino en serie.
Tanto la bóveda de cañón —de tradición romana y muy frecuente en cubrimientos (1) románicos y posteriores— como la bóveda ojival, propia de la transición al gótico y del gótico pleno, pueden presentar, resaltados por tramos, arcos simples o doblados, o sea, fajones en la arquitectura románica y perpiaños en la gótica; los primeros, de medio punto; los segundos, apuntados. Aparecen adheridos al intradós (1) de la bóveda, con sección por lo común cuadrangular, apeando sus extremos en pilastras (responsiones) o en columnas o en una combinación de ambas, que a su vez se adosan a cada uno de los paramentos (1) laterales, que son los que definen la luz de la bóveda. Tales características inducen a pensar que, en efecto, a esos voluminosos arcos —a veces doblados, como ya se ha dicho— se les ha encomendado la noble tarea de sostener la bóveda, y que sin ellos —afirman los más osados— la bóveda se vendría abajo sin remedio.
Cuando se formula tan categórico aserto no se tiene en cuenta la cantidad de bóvedas de cañón corrido, y aún mejor las bóvedas apuntadas que se sostienen sin arcos fajones. No los necesitan. La fuerza sustentante de una bóveda está en sí misma, se la proporciona su propia naturaleza, producto de la proyección del arco que la ha generado. Y ya sabemos que el arco es paradigma de estabilidad, sin más concomitancia que las dovelas que lo forman y los correspondientes apoyos en el arranque de sus extremos. Pero cuando los muros del edificio abovedable cobran altura, corren estos el riesgo de abatimiento, al que contribuirá esa tendencia estructural (2) de la bóveda a desplazarse o abrirse por los costados, por lo que hay que arbitrar medidas de sujeción que garanticen la firmeza de toda la fábrica —bóveda incluida, pues en los muros se apoya—. Las bóvedas de cañón, como hacen todas las bóvedas, cargan directamente sobre los muros, por lo que ordinariamente reclaman paredes de mayor grosor y hasta refuerzos externos en forma de contrafuertes y estribos (1) que frenen el deslizamiento de la bóveda. Solo cuando el edificio abovedado es abrazado por otras construcciones que hacen de muro de contención, se vuelven innecesarios los contrarrestos exteriores.
¿Qué función desempeñan entonces los arcos fajones? Arriostran por arriba los paramentos, con el auxilio ocasional (por tanto, no siempre) de las pilastras/columnas que a ellos se arriman contrarrestando las descargas. Arriostrar significa aquí abrazar, envolver, ceñir, estrechar, acciones que difícilmente pueden ejecutar los arcos ‘fajones’ entendidos al modo tradicional, o sea, fajando la bóveda por el intradós, ciñéndola por abajo. (Inútil intento sería pretender ajustarnos la ropa con el cinturón por dentro.) Tampoco hay arcos-abrazadera rodeando la bóveda por el trasdós (1). Y es que de lo que se trata realmente no es de fajar la bóveda, sino los muros. Persisten en nuestra retina imágenes de iglesias en ruinas cuyos muros siguen enhiestos, abrazados aún por unos arcos ‘fajones’ que, ay, no lograron sostener la abatida bóveda… porque no era ese su cometido.
En el transcurso de la obra (2), cuando la bóveda comenzó a fabricarse, los arcos fajones ya estaban allí, sujetando los paramentos por arriba, armando el edificio, dándole consistencia, abrochándolo. La bóveda vendría a continuación. Con el concurso de la cimbra (2), se iban colocando los sillares o los ladrillos un nivel por encima de los arcos, hasta que la última dovela —la clave o espinazo— cerrase el espacio aéreo, dándole a la bóveda la trabazón y estabilidad requeridas. Las feas juntas (2) de los sucesivos tramos abovedados se iban solapando en el trasdós del fajón, de modo que quedaban ocultas; así que el arco tenía en ese momento la triple función de arriostrar (los muros), hacer de tapajuntas y ornamentar. Su original misión de atar los muros, la única importante, pasaba inadvertida a quienes contemplaban la obra ya terminada, mientras que predominaba su contribución al embellecimiento de la bóveda. Porque, ciertamente, la segmentación visual que ejecutan los fajones en la bóveda la realza, imprimiéndole ritmo, mitigando la austera monotonía del prolongado cañón de sillares o ladrillos. (Hasta la arquitectura rupestre prerrománica tuvo en cuenta el factor ornamental de los innecesarios fajones, que además en su caso ni tapaban ni arriostraban nada.)
Que una bóveda no precisa de fajones para mantenerse en pie lo sabemos desde que los romanos construyeron monumentos abovedados sin intermediación de arco suplementario alguno, como los criptopórticos, y muy especialmente los graderíos de teatros, circos y anfiteatros, sostenidos por interminables bóvedas de cañón —de trazado anular en muchos casos—, sin necesidad de ser fajadas por cincho alguno.

Ergástula romana de Astorga (León) con bóveda
de cañón corrido, hoy museo. Aún se aprecian
las llagas de los diferentes tramos. Año 30 .

Bóveda de cañón con fajones que apean sobre el
muro directamente. Sala superior del palacio de
Santa María del Naranco. Oviedo. Siglo IX.

Estribos de descarga que suplen la ausencia de
pilastras o columnas en el interior. Palacio de
Santa María del Naranco. Oviedo. Siglo IX.

Bóveda de cañón corrido de la iglesia renacentista-
barroca de San Andrés. Mantua (Lombardía, Italia).
1462-1790.

Bóveda de cañón corrido (reforzada al exterior con
contrafuertes). Iglesia de San Pedro. Tarrasa
(Barcelona). Siglo XII.

Arcos fajones que impidieron el derrumbe de la nave,
no de la bóveda (sustituida por techumbre de madera
en 1985). Iglesia de San Martín. Arto (Huesca).
Siglo XII.

Arcos perpiaños en bóveda apuntada.
Ermita de Santa María de la Sorejana.
Cuzcurrita de Río Tirón (La Rioja).
Siglo XIII.
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