No es lo que se dice
Un Medievo oscurantista (¿?)
A quien le asalte la duda de este enunciado o tenga impresa en su alma la incontrastada creencia que, a bulto, asocia oscurantismo con Edad Media le iría bien visitar el pórtico (2) de la Gloria de la catedral compostelana. Solo para abrir boca, porque inmediatamente querrá conocer otras referencias artísticas del periodo románico que sigan desmintiendo lo que mecánicamente se nos ha enseñado desde niños, a saber: que todo el Medievo, pero en especial los inmediatos siglos que precedieron al gótico alumbraron una sociedad sombría, infructuosa e improductiva. Con esa afirmación —susceptible a todas luces de ser matizada— se hace difícil creer que una sociedad así configurada pudiera forjar el deslumbrante acervo románico, expresión inequívoca de unas formas artísticas que, sin renunciar al pasado, supieron revolucionarlo sorteando los avatares del presente.
Para demostrarlo —y con el consiguiente regocijo de mente y sentidos— sin dilación emprendemos viaje desde la jubilosa, triunfal y elegante majestad gloriosa del pórtico mateano en Compostela, o desde el no menos exultante pórtico del Paraíso de la catedral de Orense, a las explosivas policromías de otras portadas románicas coetáneas o que las precedieron; visitamos lo que queda de las coloristas y casi indefectibles pinturas románicas interiores y también exteriores de los templos, repletas de escenas religiosas y profanas; sonreímos al levantar la vista hacia los punzantes y satíricos canecillos eróticos u obscenos de sus aleros; quedamos absortos frente a capiteles que, en cuatro palmos de piedra, retratan con maestría y humor, amén de la biblia en verso, los usos y costumbres de la época; admiramos la inventiva inagotable de un bestiario aterrador y cómico a un tiempo; miramos y remiramos ensimismados el derroche de color de las afiligranadas miniaturas (1) de los códices; damos por imposible catalogar la riquísima variedad de motivos ornamentales que conforman cimacios (3), impostas, frisos (1 y 5) y arquivoltas (2); y, en fin, descartamos también como tarea inútil reglamentar en órdenes (1) —como ya hicieran los clásicos (1)— la inabarcable versatilidad de fustes y columnas. Este es el legado de aquella sociedad “oscurantista”.
Si doctrinal y judicialmente las gentes de la Edad Media estuvieron sometidas al freno y la mordaza de una Iglesia castradora de libres albedríos y controladora de fueros y conciencias, es patente que el arte no llegó a transparentar esa opresión. El románico —por paradójico que parezca, pues gozaba de la protección del clero— supo trascender toda suerte de rigideces y limitaciones eclesiásticas y, siempre que pudo, se libró con astucia de los corsés dogmáticos y las bridas moralizantes.
El posterior y luminoso gótico que se aposentó poco a poco a partir del siglo XIII no haría sino recibir el testigo del románico —¿cómo, si no, entender las jocundas y cáusticas misericordias de los estalos corales?—, de igual modo que el mundano y humanista renacimiento sería deudor algo más tarde del altivo gótico precedente, porque en las corrientes artísticas cuentan más las consecuencias del pasado que las revoluciones del presente.
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Recreación pictórica de la portada original.
Concatedral de Santa María la Mayor. Tudela
(Navarra). 1204.

Reproducción digital de la cabecera de la iglesia de
San Clemente, con los elementos conservados de
1123. Taüll (valle de Boí, Lérida).

Capitel agrícola en vano del ábside. Iglesia
de Stos. Facundo y Primitivo. Silió (Molledo,
Cantabria). Primera mitad del siglo XII.

Capitel con tareas domésticas del mes de enero.
Claustro del monasterio de Santa María la Real
de Nieva (Segovia). Siglo XIV.
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