No es lo que se dice
Testero es a cabecera lo que fachada es a pies
Más de una oficina de turismo y ciertas informaciones vertidas en Wikipedia y en otros sitio web aseveran a menudo que tal o cual elemento arquitectónico embellece el testero de tal o cual iglesia. Fiados de dicha indicación buscamos inmediatamente la cabecera del templo señalado, pensando admirar en ella el presunto y encomiado ábside engalanado con dicho elemento. Mas allí no vemos nada de lo advertido; lo encarecido no aparece por ninguna parte. Pensamos entonces que quien suscribe la cibernética guía ve realmente más de lo que hay, o quién sabe si es que se está refiriendo a una iglesia diferente que se ha olvidado de nombrar. Pero no; el bello elemento aludido existe y luce primoroso en la iglesia mencionada, solo que… en lugar distinto del indicado.
La inveterada idea de que a la fachada principal de un templo, por ser generalmente la parte más vistosa y aparente del inmueble, le corresponde el nombre de testero está en algunas mentes muy arraigada. Por analogía, si lo destacable de una persona, lo que la identifica y la hace diferente es generalmente la cabeza —llamada, como es sabido, también testa—, es de rigor que llamemos testero a la parte del edificio que visualmente más lo individualiza.
Pero en arquitectura sacra no se da en absoluto tal paralelismo. La planta (1) y el alzado (1) de un templo se trazan con arreglo a unos postulados alegórico-místicos que tienen que ver, sí, con el cuerpo humano, pero únicamente referidos al cuerpo de Cristo crucificado. La iglesia con planta de cruz latina es el paradigma más elocuente de lo que estamos diciendo, en razón de lo que allí se conmemora: la muerte en la cruz de Aquel que, resucitando después, redimió a la Humanidad, a tenor de lo que predica la doctrina cristiana. Por eso los templos, cualquiera que sea su trazado, encierran espiritualmente el símil del cuerpo yacente y crucificado de Cristo, cuya cabeza ocupa el lugar preeminente, o sea, el altar mayor, centro capital de la sagrada liturgia, rodeado por la cabecera o testero, vértice convergente de la cruz. Que la cabecera tenga, por fuera o por dentro, forma de ábside es, por otra parte, algo secundario.
En correspondencia con el cuerpo del Crucificado, en el extremo opuesto a la cabeza se hallan los pies o el imafronte de la iglesia, coincidiendo con la fachada principal (en el periodo románico no siempre), y es allí donde por lo común el arquitecto pone la puerta de entrada, que, como se sabe, suele revestir una grandiosidad identificatoria que induce a muchos a creer inopinadamente que es esa la parte preferente y primordial del templo, su punto radical, su explícito testero. Por esos pies entramos y salimos, sin perjuicio de que muchos templos, por comodidad o por enriquecimiento artístico, tengan además otras puertas auxiliares situadas en hastiales contrapuestos.
Para amarrar más el mensaje, el símil de la cruz es complementado con el símil místico de la nave, la cual, partiendo del puerto (los pies), navega rumbo a Oriente (testero), donde Dios espera al navegante que va a su encuentro. Pero en ambos casos el testero, referencia fundamental de toda iglesia, nada tiene que ver físicamente con la portada, los pies o la fachada.
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