No es lo que se dice
Pórtico y portada en torno a una puerta
La catedral de Santiago de Compostela y la de San Martín de Orense —por citar solo dos casos bien conocidos— ostentan orgullosas tras su fachada principal un “pórtico” (2) espléndido. En ambos casos, entre el «pórtico» y la calle, hay un espacio amplio y abovedado que constituye el vestíbulo (1) o galilea —reminiscencias del antiguo nártex—, al que se accedía originalmente por cualquiera de los arcos de medio punto que conformaban la parte inferior de la primitiva fachada románica. En los siglos XVI y XVIII respectivamente, San Martín y Santiago vieron cómo su porticado (2) y abierto frontis (1) fundacional era sustituido por otro convencional y cerrado con puertas, que dejaba la portada primitiva y su atrio (1) incomunicados con el exterior, en un intento, entre otras razones, de proteger de los agentes meteóricos las logradísimas labras (1) allí cobijadas. A partir de entonces estas catedrales, antaño de pórtico accesible, vieron cómo su magnífica portalada (1) quedaba recluida en un recinto estanco. Hoy en día, sin embargo, con generosidad e indeliberada fidelidad a los orígenes seguimos llamando pórtico a lo que ya no lo es, puesto que los respectivos frontispicios (1) de vanos cerrados —el medieval-renacentista y el barroco— se sobreponen a las primitivas fachadas porticadas de San Martín y Santiago Apóstol.
Además de su proyección en planta (1), un pórtico, tanto si es religioso como si no lo es, debe reunir, para ser considerado como tal, las credenciales siguientes: a) estar cubierto y al mismo tiempo abierto por delante y por alguno de sus lados, b) sustentarse en columnas o pilares (1) que enmarquen su perímetro, y c) que discurra a lo largo de una fachada o de un patio. Si además está provisto de arcadas, alcanza el rango de modélico. A estos presupuestos responden infinidad de templos románicos españoles con galería porticada (2) —conocida también como atrio o anteiglesia—, peculiaridad románica autóctona que no se da fuera de nuestras fronteras.
A lo largo de los siglos, el pórtico ha dado cobijo a concejos rurales y a juntas vecinales, por no disponer la municipalidad de un lugar más idóneo donde reunirse. Y en el suelo del aquel espacioso pórtico encontraron también acomodo algunos personajes vinculados al lugar, una vez que hubieron dicho adiós a este mundo.
Está hoy muy extendido el uso del término pórtico para referirse sin más a las portadas de las iglesias, en especial a las merecedoras, por su bella factura o por sus magnas proporciones, de particular admiración. A este paso, y como suele acontecer por imperativo del laissez faire académico, en unos años se habrá dado oficialmente como buena la equivalencia pórtico/portada. Todo por que en el ignaro subconsciente de quienes probablemente ganarán esta batalla actúa de forma sigilosa el resorte de nombrar con voces enfáticas —mejor si son esdrújulas— todo lo grandioso y solemne, tengan o no aquellos términos cabal equivalencia. De modo que las palabras puerta, portal (2), portada y portalada —con su progresivo grado de complejidad ornamental— se juzgarán un día insuficientes, por indolente desconocimiento de unos y resignado sometimiento de otros, para expresar, frente a pórtico, lo que tanto unos como otros contemplan, respectivamente, entre extasiados y rendidos.

Pórtico del palacio de Correos y Telecomunicaciones,
hoy palacio de Cibeles, alcaldía de Madrid. 1919.
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