No es lo que se dice
El gótico y sus acreedores
Para el pueblo llano, el referente más conocido del arte gótico es la arquitectura, y dentro de la arquitectura las catedrales. Con ellas nos iniciamos en el gótico, y en este primer acercamiento descubrimos:
que es un estilo (1) medieval
que su nombre deriva de «godo»
que busca siempre la celeste verticalidad
que en grandiosidad apenas tiene competencia.
Los más ilustrados saben, sin embargo, que esa idea estándar no agota la identidad del arte ojival por antonomasia y que el gótico es mucho más que eso. Pero este artículo no entra en materia. De aquel legado medieval solo nos interesan aquí sus orígenes —en plural, porque en su creación intervinieron varios actores, y varios son también por tanto sus acreedores—.
Es vox populi que el gótico nació en Francia —en el norte de Francia para ser exactos—, que allí comenzó la ingente tarea de levantar los primeros templos netamente góticos, que no siempre eran catedrales. Se discute todavía si fue la catedral de San Esteban, en Sens (Borgoña-Franco Condado) la primera en comenzar a edificarse o se le anticipó la iglesia de la abadía benedictina de Saint-Denis (cerca de París, en la región Isla de Francia). De cualquier forma, año arriba año abajo, rondaba el 1132. Pero hay tres datos concomitantes que no conviene pasar por alto, pues conducen a otras tantas ‘reclamaciones’ góticas precedentes:
- En primer lugar, la ciudad de Durham (Inglaterra) estaba para entonces a punto de terminar su catedral románica, comenzada en el año 1093, en la que ya se probaban algunos elementos de estilo ojival, aportación que los constructores normandos —oportunamente informados en al-Ándalus y en Oriente— dieron al Occidente cristiano. Y así, la innovadora bóveda de crucería —fruto de la intersección perpendicular de dos ojivas—, los grandes vanos de arcos apuntados y los arbotantes camuflados en el triforio (1) alumbraron en aquella catedral pionera una forma diferente de entender la arquitectura, con méritos suficientes para ser calificada de protogótica.
- Es probable que a finales del siglo X los normandos de Durham conocieran ya la Gran Mezquita de Isfahan (Irán), del siglo IX, o las de El Cairo (Ibn Tulun, también del siglo IX, y al-Hakim, del siglo X) o las edificaciones hispanomusulmanas de Córdoba y Toledo, igualmente de los siglos IX y X, todas ellas familiarizadas con el arco ojival y el orientalizado arco de herradura túmido, así como la proyección cruzada de dos o más de estos arcos formando la bóveda de crucería. Es de justicia aclarar que dichos elementos constructivos ya eran manejados por alarifes de Oriente antes que eclosionase el gótico en Europa.
- A los humildes cenobitas del Císter —Molesmes (1098) y Citeaux (1106), Francia—, llamados pronto «monjes blancos» por su hábito blanquinegro y su alba cogulla coral, tan benedictinos como los poderosos monjes de Cluny que vestían hábito y cogulla negros, se les ha atribuido la invención del arco apuntado y sus consecuentes bóvedas de ojiva y de crucería. Pero lo leído más arriba desmiente tal afirmación. De todos modos, a los cincuenta años de su fundación el Císter había erigido ya trescientos cincuenta monasterios, y aunque la mayoría eran de estricta factura románica, el resto ya incorporaban algunos elementos ojivales, predominantes hacia 1147 en la fulgurante expansión que la orden experimentó por toda Europa. Su mérito no fue haber innovado las primigenias formas góticas, que ya existían, sino haberlas propagado moderadamente. Además el ojival estilo cisterciense nada tenía que ver con el gótico de las coetáneas, conterráneas y grandiosas catedrales francesas, que competían ya en fastuosidad, elevación y empaque. El cisterciense era un arte sumamente simple y austero, fiel reflejo de la vida que sus monjes profesaban. Dicho lo cual cabe preguntarse a qué se refiere el muy reiterado «estilo de transición al gótico» atribuido al Císter cuando las orgullosas construcciones góticas ya llevaban veinte años horadando los cielos. (Ver este artículo.)
Se ha afirmado que el gótico es fruto de una visión sobrenatural de las cosas, el resultado de una aspiración espiritual que pone sus ojos en lo alto porque su meta es el cielo. Una creación, por tanto, intelectual y mística. Pero lo cierto es que la aparición del arte ojival vino estrictamente de la mano de una revolución técnica en la construcción, promovida por la burguesía y las escuelas románicas regionales, que buscaban, al socaire de una prosperidad económica creciente, engrandecer sus templos, dotándolos de más luz y mayor altura. Y frente al mecanismo estático de la arquitectura románica, que oponía el contundente grosor y peso de los muros a la tensión de la bóveda, el gótico se desmaterializa y se fortalece a un tiempo gracias al dinamismo de contraponer empujes: bóvedas apuntadas, arcos formeros y pilares (1) exonerando a los paramentos (1) de la pesantez de la piedra, que es suplantada por grandes vanos verticales. Este es el mundano y a la par admirable origen de la grandiosa arquitectura gótica. Lo demás son meras interpretaciones sobreañadidas por nostálgicas querencias sobrenaturales.
Gótico viene de godo, o sea, bárbaro. Lo dijo despectivamente Giorgio Vasari (1511-1574), historiador y preceptista florentino de arte, que solo apreciaba las formas clásicas (1) del Renacimiento. Pero sabemos que el germánico pueblo godo nada tuvo que ver con el árabe-normando-franco arte gótico.

Abadía de Fontenay (1119). Montbard (Borgoña,
Francia). Solo en 1147 incorpora la iglesia los arcos
ojivales y la bóveda de cañón apuntado.
♣ (clica encima de las imágenes)