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No es lo que se dice

Cisterciense: un protogótico imposible

 

El prefijo proto (del gr. πρωτο /prōto/, ‘primero’) sugiere, antes que prioridad o preeminencia o superioridad —también posibles—, la idea de anterioridad, de anticipación. Y así decimos prototipo (primer modelo de un invento recién fabricado), protozoo (célula que da origen a un organismo) o protomártir (precursor de los que darán su vida por una causa).

El estilo (1) cisterciense ha sido calificado como «protogótico» por considerarlo ancipatorio del gótico o, si se prefiere, gótico en fase embrionaria. Si aceptásemos a pie juntillas esta afirmación, estaríamos confesando nuestra ignorancia sobre los verdaderos orígenes del arte gótico. Veamos cuáles fueron. Corría el segundo cuarto del siglo XII cuando algunos maestros de obras acometieron en el norte de Francia un cambio radical de paradigma arquitectónico frente a la penumbrosa pesantez del románico. Se inspiraron para ello en hallazgos y usos precedentes (tradición oriental, arte normando) que concernían a una nueva forma de concebir el arco. La tradición romana del medio punto, que la arquitectura románica había abrazado fervorosamente, tenía unas exigencias de solidez y robustecimiento que las hacían incompatibles con los espacios diáfanos y luminosos. Aquello iba bien para el espíritu que permeaba la Alta Edad Media. Pero la progresiva desaparición del feudalismo y el creciente auge de la burguesía empezó a reclamar, también en arquitectura, nuevos modelos de vida que diesen respuesta a nuevas inquietudes espirituales y sociales. El resistente arco ojival y sus principales aplicaciones, o sea, la bóveda de cañón apuntado y la bóveda de crucería, que los vecinos normandos ingleses ya habían experimentado, fueron los elegidos por los canteros francos para levantar los primeros templos —catedrales principalmente— con las características de iluminación, altura y desmaterialización mural (1) que eran requeridos. Con ellos nacía oficialmente el arte gótico, habida cuenta de que las iniciales estructuras en ojiva del recio arte normando no llegaron a defenestrar al poderoso románico del que formaba parte.

Cuando esto sucedía, Bernardo de Claraval y sus monjes cistercienses ya habían erigido un buen puñado de monasterios en territorio galo y aledaños, testimoniando la sencillez, austeridad y pobreza que sancionaba su reciente regla fundacional. A comienzos del siglo XII los primeros cenobios del Císter eran de madera; después se empleó el mampuesto y finalmente la sillería (1). Pero hasta 1145 sus construcciones respondían a un románico severo y despojado de exquisiteces escultóricas y ornamentaciones que ellos tildaban de ‘superfluas’ (no olvidemos que el románico francés, comparado al menos con el español, no se caracterizaba precisamente por la sobriedad). A partir de dicha fecha, las ya creadas formas ojivales, adoptadas primero tímidamente —conviviendo con las románicas en una misma obra (2)— y mucho más explícitas después, se sumaron al proyecto edilicio y pasaron a ser la seña de identidad de la arquitectura cisterciense.

Tanto la catedral de Sens como la abadía de Saint-Denis (construidas ambas en torno a 1132) radican en el norte de Francia y constituyen el primer gótico. También en el norte de Francia está ubicada la región de Borgoña, cuna de la reformadora orden del Císter. Tal vecindad propició que los monjes blancos entrasen en contacto con las vueltas en ojiva, que prometían más y mejor rendimiento sustentante que el medio punto. Y aquel préstamo arquitectónico, unido a la rápida expansión de la orden bernarda por toda Europa, devino, para las regiones que aún no conocían el gótico, en su involuntaria tarjeta de presentación. Aquello, sin embargo, era solo la versión reduccionista y germinal del gran gótico que había eclosionado veinte años antes.

Al estilo cisterciense se le ha llamado también «de transición al gótico». En la historia del arte se habla de transición para designar el periodo en que un estilo consolidado adopta poco a poco leves transformaciones que le llevarán finalmente a un modo nuevo de entender el arte. Pero el estilo cisterciense, aunque combinó esporádicamente ojivas y medios puntos en un mismo monasterio, no conducía al gótico, pues ya existía, únicamente lo daba a conocer en su versión más adusta y simplificada, versión que terminó agotándose en sí misma. El gótico por su parte, más pujante y desarrollado cada día, iba ganando terreno sin el concurso de los monjes blancos.

El estilo cisterciense ni fue protogótico, porque no lo precedió, ni de transición, porque el gótico vino de golpe —la catedral normanda de Durham (Inglaterra) se quedó a medio camino—, enarbolando desde el principio una elevación antes desconocida, repleta de pináculos, agujas (2), cresterías, vitrales, ojivas, bóvedas de crucería, arbotantesbotareles… Solo enmascarando los hechos podemos presentar al Císter como precursor y pionero de las formas enaltecidas del gótico.

Posdata: la tardía y lenta entrada en la península ibérica del gótico internacional (Burgos 1221, Toledo 1227, León 1255; otras catedrales góticas, como la de Ávila o Cuenca, se comenzaron antes, pero con trazas románicas que finalmente no prosperaron) y el establecimiento en suelo patrio de un racimo de monasterios del Císter en la segunda mitad del siglo XII favoreció aquí la idea de que el estilo constructivo de los monjes franceses era el nuevo arte creado allende los Pirineos. Mas aquellas formas ojivales eran solo un humilde remedo del verdadero gótico ya en marcha, que solo cien años después se elevaría airoso hacia el cielo en los recién creados reinos peninsulares.

Ver también este artículo.

 

 

Iglesia de la abadía benedictina de Saint-Denis
(región Isla de Francia). Hacia 1132.

Catedral de Sens (región Borgoña-Franco
Condado, Francia). 1132 y siguientes.

Abadía cisterciense de Fontfroide (Narbona,
Francia). 1146.

Abadía cisterciense de Pontigny
(Borgoña-Franco Condado,
Francia). 1150.

Claustro del monasterio cisterciense de Veruela. Vera
de Moncayo (Zaragoza). 1147-siglo XIII.

Monasterio cisterciense de Santa M.ª
la Real. Fitero (Navarra). 1190.

 

 

♣ (clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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