No es lo que se dice
Entestar: un verbo que trae a algunos de cabeza
La notaria oficial del castellano, es decir, la Asale (Asociación de Academias de la Lengua Española) registra con detalle en el lexicón académico varios sinónimos de entestar: ‘adosar’, ‘encajar’, ‘empotrar’, ‘lindar’. Lo cual evidencia que tales voces son de frecuente e indiscriminado uso. Una vez más se pone de manifiesto que la franca soberanía lingüística del pueblo hispanohablante no es necesariamente, ni en todos los casos, permeable al genio del idioma, el cual actúa por sus fueros al margen de contagiosas modas superfluas y de condicionamientos inducidos. O lo que, a la inversa, es lo mismo: que el ‘pueblo soberano’, al margen de la semántica consonancia de las palabras, ha demostrado soberanamente, venga o no venga a cuento, que hace de su capa un sayo. Y así le va al idioma. Pero vayamos al asunto.
Si entestar se ha formado con los cromosomas de “testa”, bueno será aguzar el ingenio para no dar a entender con este verbo cosas ajenas a su cuna. O al revés: será mejor no ingeniárselas tanto que, al endosarle a entestar significados nuevos, lo enajenen y desarraiguen impunemente de su congénito mensaje. Los sinónimos arriba citados, que ya tienen por sí mismos vida propia, no necesitan, para esclarecerse, invadir territorios que les son ajenos; pues al hacerlo sucede precisamente lo contrario: que por querer decir más de la cuenta, caen en la indefinición. Tampoco en esto yerra el refranero: «quien mucho abarca, poco aprieta». Y así, respecto de la voz invadida, lejos de enriquecerse con ‘aclaradores’ sentidos impostados, se devalúa, se mistifica, pierde su más genuino significado.
En arquitectura, dos o más elementos entestan cuando sus extremos superiores —sus testas o cabezas— vienen a dar unas con otras. Y así, por ejemplo, en la armadura de parhilera se aprecia a simple vista que los pares o alfardas de los faldones (1) se juntan por arriba mediando la cumbrera (2), mientras por abajo apean su extremo inferior en el estribo (3). Testa y pies generan así dos verbos meridianos y distintos: entestar y apear. A partir de esta puntualización —que por obvia debiera ser innecesaria—, querer ‘entestar’ dos piezas por los pies, como pretenden algunos aventureros del idioma, es misión imposible. Al igual que resulta empeño inextricable ‘entestar’ un friso (4) en el paramento (1) o fabricar un pilar (1) ‘entestando’ semicolumnas alrededor del fuste principal. Tres muestras reales tomadas al azar entre los muchos despropósitos al uso.
Cosa distinta y frecuente, por poner un ejemplo asimétrico pero asequible, es que una columna enteste con el pie de un arco, si bien se ganaría en claridad diciendo que la columna sostiene o recibe un arco o que este apea o descansa en la columna. Siguiendo con los ejemplos, un arbotante cumple su misión entestando en el estribo (1) adosado al muro —o en este directamente—, mientras apea en algún punto del distante botarel. Las otras acepciones de entestar en las que intervienen los verbos ya mencionados (adosar, encajar, empotrar, lindar), además de sobrepasarse en sus pretensiones significantes aportando incluso mayor confusión, pugnan contra la economía del lenguaje, reguladora indeclinable del buen decir, al querer expresar, y esto solo de manera aproximada, lo que entestar denota por sí solo y rotundamente. Porque para ello necesitan apoyos verbales suplementarios, rodeos, en definitiva, con lo cual se quebranta el saludable principio de la concisión lingüística. Sin ese concurso de voces al rescate, sin perífrasis, ninguno de dichos infinitivos logran dar a entender que, para que dos cosas entesten, basta con usar adecuadamente la cabeza.

Las columnas pareadas del claustro del m.º
femenino cisterciense de las Huelgas Reales
de Burgos (1325) entestan por el capitel.
♣ (clica encima de las imágenes)