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No es lo que se dice

Artesonados sin artesones y otros enredos

 

Casas de rancio abolengo, iglesias y palacios de origen medieval o renacentista lucen todavía techumbres de madera de gran empaque y magnificencia, cuya complejidad en el trazado y la meticulosidad con que han sido fabricadas causan admiración a quienes tienen la suerte de contemplarlas. La aparición en la España del siglo XII del arte mudéjar —en clara dependencia de las formas islámicas—, así como su pródiga expansión y larga permanencia en los reinos cristianos que se iban consolidando o que nacían con la Reconquista no perdieron protagonismo cuando, a partir del siglo XV, se pusieron de moda las trazas arquitectónicas del Renacimiento, y en concreto los artesonados italianos, solución suntuosa y elegante a la par que bella, que pronto se extendió por el mundo occidental, gracias sobre todo a las muy visitadas basílicas  Mayores de Roma, cuyos artesonados eran la envidia del entero orbe católico. Tanto los artesonados romanos —y otros muchos repartidos por Italia— como las armaduras mudéjares españolas fueron una alternativa brillante a las severas y despojadas cubiertas (1) tradicionales de madera y a las más consistentes y centenarias bóvedas de piedra o ladrillo, siempre tan sobrias.

Los artesonados renacentistas y las armaduras moriscas, sin embargo, se regían por reglas constructivas independientes, y el resultado visual también era distinto. No lo entienden así quienes a la primera ocasión que se les presenta de referirse a un techo repleto de cualquiera de las ornamentaciones antes aludidas lo etiquetan invariablemente como «artesonado», ignorando que lo que tienen sobre su cabeza es tal vez una armadura de par y nudillo o uno de los multiformes alfarjes planos, carentes por lo regular tanto una como otro de artesones, especialmente si estos no son de madera.

El artesonado hace referencia exclusivamente a esa cubierta que, en su totalidad o en su mayor parte, ha sido fabricada con artesones —también llamados casetones—, a saber: una especie de cajón o cubo (5) poligonal, de madera o yeso (1), puesto boca abajo, que acompañado de mayor o menor ornato en su interior y en los contornos, se copia a sí mismo a lo largo y ancho de toda la superficie techada. Le viene el nombre de su presunto parecido con una artesa invertida, aunque a veces nos cueste imaginar tal semejanza. Una cubierta con artesones se caracteriza además y en cualquier caso por ser plana en toda su extensión, a pesar de que haya excepciones que confirmen la regla.

Las otras formas de techar que entran en liza con los artesonados y que algunos distraídos cicerones no suelen diferenciar son los ya citados forjados (2) de alfarje y las armaduras de par y nudillo. Estas, en su conjunto, no presentan superficies lisas carentes de trabazón lignaria, sino que tienden a revestir de complicados taujeles y rueda de lazo los nudillos —su única zona horizontal—, creando el característico almizate o harneruelo, y en muchos casos cubren también de ataujeladas lacerías las alfardas o pares. Aunque raramente, cabe la posibilidad de que en esta carpintería de armar tan exclusiva aparezcan algunos artesones, pero estas excepciones no invalidan en absoluto la identidad nominal de la armadura mudéjar (un explícito y bellísimo ejemplo de esta rareza lo encontramos en la sala de la Galera del Alcázar de Segovia, cuya armadura de par y nudillo está toda penetrada de artesones en medio de una casi infinita lacería geométrica; contémplala aquí). Que numerosas armaduras de par y nudillo evoquen la figura de una artesa boca abajo es lo que conduce a muchos a llamarlas «artesonado», pero tan solo las techumbres con artesones ostentan esa titularidad. Si a toda cubierta con rico revestimiento la llamamos «artesonado», ¿cómo distinguiremos, por ejemplo, un techo renacentista de otro mudéjar?

El ya mencionado alfarje hace también honor a la cubierta plana con una riqueza ornamental que puede llegar a ser muy destacable y variopinta y competir incluso con la enmarañada carpintería de lazo de la ya explicada armadura de par y nudillo, con la que además tiene establecido un pacto de colaboración, ya que suele encargarse de engalanar el harneruelo —sin olvidar que son también muy frecuentes los adustos alfarjes de cinta y saetino—. Pero el alfarje no lleva artesones. Solo en caso de llevarlos en número importante habría que llamarlo artesonado.

Llegados a este punto, una vez más la vigilante pertinencia verbal sale por sus fueros. El artesonado únicamente reclamará su nombre cuando se trate de una cubierta plana hecha de artesones. En todos los demás casos estaremos ante una armadura de par y nudillo o un techo de alfarje, preñado entre otras cosas de florones, pinjantes o ruedas de lazo.

Posdata:

En la segunda acepción de artesonado, el Diccionario académico señala que una techumbre de tales características, además de tener artesones, presenta «forma de artesa invertida», aserto que induce claramente a confusión. Lo que califica en verdad de artesonada una cubierta con casetones no es su parecido con una artesa invertida (por ejemplo la sala del Tesoro de la catedral de Toledo), que no siempre lo tiene, sino el hecho de que está formada por artesones. El rasgo diferencial de un artesonado renacentista frente a una techumbre mudéjar con harneruelo es, por tanto, su forjado, que se presenta plano de lado a lado. Y es que —conviene repetirlo— «artesonado» no deriva de «artesa», sino de «artesón», ese rehundido, polimorfo y multiplicado espacio que deja nuestra retina repleta de compartimentos.

Ver también este artículo.

 

 

Bóveda de par y nudillo con limas moamares. Palacio
Miguel de Mañara. Sevilla. Primer tercio del siglo XVI.

armadura de par y nudillo
Iglesia de Santa María. Narros del
Castillo (Ávila). Siglo XIII.

armadura de par y nudillo
Iglesia de San Isidoro. Sevilla. Mediados del siglo XIV.

Detalle del alfarje del harneruelo de la armadura de
par y nudillo. Iglesia de Santo Domingo. Guadix
(Granada). Siglo XVI

Alfarje del castillo de Torredonjimeno
(Jaén). Siglo XIII.

Alfarje agramilado de cinta y saetino. Refectorio del
monasterio de San Antonio el Real. Segovia. Siglo XV.

Artesonado de casetones ochavados. Refectorio del
monasterio santiaguista de Uclés (Cuenca). Siglo XVI.

Artesonado del salón de los Pasos
Perdidos. Palacio de la Aljaferia.
Zaragoza. Siglo XV.

Artesonado del casino de Segorbe (Castellón). 1859.

 

 

♣ (clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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