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No es lo que se dice

Arcos de descarga según y como

 

Decir que todo arco es arco de descarga es verdad y mentira al mismo tiempo. Desde su invención en Oriente —los romanos fueron meros transmisores por los territorios y las culturas de su vasto Imperio—, el arco de medio punto se ha ido afianzando en toda obra (2) arquitectónica como el mejor aliado para contener, aliviar y desviar las cargas estructurales. Gracias a este arco, colocado estratégicamente en el sitio adecuado, las tensiones que produce el peso de los materiales empleados en la construcción y el suyo propio quedan absorbidas y reconducidas, evitando así el colapso o desplome del edificio.

Pero hay arcos que, por su ubicación en el conjunto constructivo, no reciben la encomienda de soportar carga alguna, o apenas contribuyen a contrarrestar más empuje que el de sus mismas dovelas. Son arcos meramente ornamentales, cuya presencia en muchos monumentos no tiene sino la misión de enriquecerlos con la plasticidad de sus múltiples diseños. Bastantes de ellos van simplemente adheridos al paramento (1), hasta el punto que, sin ellos, la solidez y estabilidad de la obra no sufriría menoscabo alguno. Hablamos de las chambranas semicirculares, que —en los periodos románico y gótico— enaltecen algunos vanos arqueados (1), y de los frontones de arco, que —desde el renacimiento al barroco y sus ulteriores “neo”— coronan superficialmente puertas y ventanas; sin olvidar las arcaturas románicas y mudéjares de arquillos ciegos, que recorren a veces por arriba los paños del muro.

El arco de descarga propiamente dicho es aquel que, en un principio, no estaba prevista su existencia en el proyecto arquitectónico. Es por tanto un arco sobrevenido, con el que no contaba el alzado (1) del plan de obra inicial, pero hubo que incorporarlo en algún momento —con las obras ya empezadas o tal vez incluso concluidas— para solucionar desajustes estructurales advertidos a posteriori, que podrían poner en peligro la estabilidad de lo construido. Los arquitectos siempre han contado con el auxilio de medidas extraordinarias para casos de emergencia. Y así, los habituales y socorridos contrafuertes que vemos sin extrañarnos como parte integrante de tantos edificios —románicos y góticos, sobre todo— nacieron para remediar los problemas de consistencia que fueron aflorando. Después, poniendo en práctica el «más vale prevenir», se proyectaron directamente como parte constituyente de la fábrica. Algo parecido ha sucedido con el arco de descarga, que a menudo se cuenta con él desde el principio sin el enmascaramiento del revoco al que se sometía en los casos de emergencia, mostrándose ahora abiertamente, cual un aditamento más de la ornamentación. Es lo que algunas veces se hace también con el arco de descarga sobre dintel, por ser este y su vano (1) puntos más expuestos que otros a las presiones de la pared donde se hallan.

Pero el arco de descarga siempre se distingue por ir encastrado en el paramento y ocupando todo su grosor. En eso radica su fortaleza; solo abarcando de parte a parte el espesor del muro puede garantizar su papel de contrarresto, a saber: recibir cumplidamente las cargas y presiones superiores, para, además de frenarlas, derivarlas a los cimientos o a los extremos laterales de seguridad, como son las jambas o los estribos y contrafuertes.

Ambas características, pues, la no previsión y el encastramiento —que la mayoría de los arcos no presentan—, hacen antonomásticamente de nuestro arco el arco de descarga por excelencia.

Al igual que, como ya se ha dicho, no es arco de descarga la chambrana semicircular que acompaña a algunos vanos medievales para enaltecerlos, tampoco lo es con propiedad la dobladura, someramente embutida en el paño con que se presentan ciertos vanos arqueados, por más que pueda reportarles a aquellos algún beneficio fortalecedor. De igual modo, el arco doblado no está catalogado tampoco como arco de descarga, si bien es evidente su poder de reforzamiento. El arco de doble arco o de doble rodillo, por el contrario, sí presenta una estructura y posición que lo avalan como arco de descarga, pero su presencia en una obra responde no ya a una emergencia, sino al proyecto original.

Nada o casi nada de lo dicho hasta aquí es aplicable al modelo arquitectónico de nuestros días, cuyos recursos materiales (el acero y el hormigón armado, principalmente), puestos al servicio de unas técnicas muy avanzadas hacen innecesarios los contrarrestos tradicionales, tano los proyectados como los sobrevenidos.

 

 

Arco de descarga sobre dintel. Testero
ramirense de San Pedro de Nora. Las
Regueras (Asturias). Siglo IX.

Arco de descarga sobre dintel. Ermita de Santa María.
Chalamera (Huesca). Siglo XIII.

Edificio agrícola de adobe (arco de
descarga de ladrillo). Bonilla de la
Sierra (Ávila). Siglo XVII.

Arcos de descarga en origen. Catedral de Sta. M.ª.
Sigüenza (Guadalajara). Siglos XII-XIV.

Arcos de descarga proyectados. Iglesia
del Santo Sepulcro. Torres del Río
(Navarra). Siglo XII.

Edificio de Borja (Zaragoza). Siglo XIX.

Arcos que no soportan carga alguna, pero “atan”
entre sí dos edificios.

Testero prerrománico de San Julián
de los Prados. Oviedo. 840.

Arcos-bóveda que no contrarrestan tensión externa
alguna, pero sostienen la estructura inferior.
Estación del ferrocarril de Chamartín. Madrid. 1975.

Chambrana en el ábside de S. Pedro de Tejada.
Puente Arenas (Burgos). Siglo XII.

Dobladura de la ermita de San Clemente. Palo
(Huesca). Siglo XI.

Arcos doblados del monasterio benedictino
de Santa Cristina de Ribas de Sil. Paradas
de Sil (Orense). Siglo XII.

 

 

♣ (clica encima de las imágenes)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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