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Última actualización: 8 de marzo de 2021
Elemento decorativo que representa una gran concha. Entre otros sitios lo encontramos con frecuencia ocupando la bóveda de una hornacina, las trompas que dan asiento a una cúpula o a un cimborrio y las pechinas de los cruceros (1). Avenerada.

Alegoría con venera del Derecho
Canónico. Calle adyacente a la
Universidad de Valladolid. Siglo XVI.

Santuario de la Virgen de Peñarroya (dentro del
castillo de ídem). Argamasilla de Alba (Ciudad
Real). Siglo XVII.
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- Ventanas muy grandes, a menudo no practicables, adecuadas en general para todo tipo de edificios. Pero donde mejor evidencian los ventanales su porte y esbeltez es en las construcciones góticas, en las que los altos paramentos (1) son traspasados verticalmente por esplendentes luminarias. En los templos suelen ocupar la parte superior de la nave central y del transepto aprovechando su mayor altura, si bien puede haberlos también —más pequeños— en las crujías laterales. Si el templo dispone de triforio (1) o tribunas (1), los ventanales se sitúan por encima de ellos. Con el genérico nombre de ventanales podemos referirnos también a los vitrales y a las vidrieras, en especial si solo son de alabastro o simple vidrio. En todos los casos contribuyen a aligerar el peso de la fábrica. No hay razón alguna que justifique la sustitución de ventanales y otros términos equivalentes por el de claristorio, anglicismo innecesario que se utiliza muy a menudo para nombrar los vitrales de nuestras catedrales. Ver este artículo. Por último, son también ventanales los grandes vanos arqueados (1), por lo común sin cristales, divididos a menudo por columnillas y rematados por tímpanos (3) calados, que dan luz a las pandas de los claustros góticos. Lucernario.
- En singular, ventanal alude en una habitación a una pared acristalada.

Fachada del Obradoiro. Catedral de
Santiago Apóstol. Santiago de Compostela
(La Coruña). Siglo XVIII.
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- Galería (1) integrada en una vivienda o añadida posteriormente con fines habitacionales, por lo que la mayoría de las veces dispone de cerramientos fijos o movibles para hacerla más confortable. Cenador. Cobertizo (1 y 2). Logia. Porche. Pórtico (1). Solario. Soportal.
- Mirador, balcón acristalado.

Castillo de los condes de Oropesa, parador
nacional de turismo desde 1966. Jarandilla
de la Vera (Cáceres). Siglo XV.

Castillo de los condes de Monterrey, parador
nacional de turismo desde 2015. Monterrey
(Orense). Siglo XIV.
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o verdugo o zuncho (2)
En un muro, hilada (1) de ladrillos colocada entre hiladas de obra (3) diferente ―por lo común mampuestos― reforzando la pared, al tiempo que le confiere cierto ritmo visual. Son aparejos especialmente cultivados en ambas Castillas. Cenefa. Cuartel. Encintado (3). Friso (3). Froga. Machón (1).
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Escultura megalítica zoomorfa (cerdo, jabalí, toro o uro) de la cultura celtibérica de los siglos VII al II a. e., presumiblemente con función totémica, jurisdiccional o funeraria. Se han encontrado verracos, vetones principalmente, en las provincias de Ávila, Cáceres, Salamanca, Zamora, Segovia y Toledo. Solo en tierras abulenses hay contabilizados 102 ejemplares. Los orificios que todavía conservan algunos en la testuz corresponden a los cuernos ya desaparecidos. Ibérico.

Verraco vetón de la II Edad del Hierro (hacia el
500 a. e.). Plaza del Castillo de Ciudad Rodrigo
(Salamanca).

Villanueva del Campillo (Ávila). El mayor de los
verracos celtas europeos (250×243 cm).
Siglos IV-III a. e.

Verraco de Villardiegua (Zamora), popularmente
llamado “la mula”, procedente del cercano San
Mamede. 500 a. e.
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o faldón (1)
Superficie plana e inclinada de una cubierta (1) o tejado. Este puede tener de una a varias vertientes; los tejados más comunes presentan dos o cuatro. A las vertientes también se les llama aguas, y es habitual la expresión “a dos” o “a cuatro aguas” para identificar los tejados por el número de vertientes que los configuran.
Armadura de colgadizo. Jaldeta. Peto. Tabica (2).
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o zaguán. Atrio (2), pórtico (1) o patio por donde se entra a un edificio principal. Llamar antesala al vestíbulo —como se hace a veces— no se corresponde con lo que cada uno de estos espacios representa, siendo principalmente la magnitud del vestíbulo lo que lo hace diferente de la antesala, de dimensiones más reducidas.
Cancel (1). Galería (1). Galilea. Logia. Nártex. Porche. Soportal.
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Que el patrimonio arquitectónico de la vía de la Plata es inabarcable lo sabe mucha gente. Pero lo que no todos saben es que la ruta que lo cobija, por más que se apellide «de la Plata», no guarda parentesco nominal alguno con el preciado metal. Este dato lo conocen hoy —gracias al masivo acceso a la información que proporciona internet— muchas más personas que hace cincuenta años. Porque la persistente confusión de algunos viene de lejos, y de todos es sabido que el venerable peso de la tradición llega demasiadas veces a hacer crónico un errado entendimiento. El que ahora nos ocupa se mantiene a impulsos de la inercia en ambientes poco cultivados.
La identificación de la calzada romana Emerita Asturica (desde Mérida a Astorga) con la plata ya está documentada en el siglo XV, y nuestro insigne gramático y humanista Antonio de Nebrija (1441-1522), en su obra De mensuris (pág. 4), escrita a comienzos del siglo XVI, también lo recoge: via nobilissima argentea vulgo dicitur. Nebrija no tuvo más remedio que llamar en latín via argentea a lo que se conocía vulgarmente como «vía de la Plata», ya que se atribuía precisamente a la plata el origen de tan antiquísimo camino.
Lo cierto es que hacia el año 1000 a. e. los pueblos tartésicos (y posteriormente los turdetanos) del suroeste peninsular ya usaban esta ruta para comunicarse con las etnias del noroeste y comerciar con ellas los metales que extraían de las minas de Sierra Morena. Más tarde, con la incipiente romanización llevada a cabo en el siglo II a. e. y mucho más con la de los siglos posteriores, la vetusta ruta metalífera recibió un impulso aún mayor con la intensiva extracción y el acarreo de nuevos metales —el oro de Las Médulas especialmente— y por enlazar con otras calzadas hacia levante (Legio, Calagurris, Caesar Augusta); se prolongó además por el sur (Sevilla, Cádiz y Ayamonte), buscando el Atlántico, y por el norte (Gijón), para abrir nuevos puertos en el Cantábrico.
Esta espléndida red de carreteras libres de peaje —amén de otras muchas calzadas que cruzaban la piel de toro de lado a lado y de arriba abajo— fue para los recién llegados norteafricanos del siglo VIII el mejor corredor que imaginar pudieran en su fulminante ocupación peninsular frente a una desconcertada Hispania visigoda (según la versión oficial de la llamada «invasión» musulmana). La Emerita Asturica de la Lusitania fue posiblemente la primera calzada que pisaron. Y aunque en la mayor parte de su recorrido estaba cubierta de zahorra o gravilla apisonada —al igual que todas las calzadas romanas, excepto la itálica Vía Apia, enlosada en casi la mitad de su recorrido—, los kilómetros más próximos a las urbes importantes se pavimentaban con grandes piedras planas. Esta novedad impresionó mucho a aquellos belicosos jinetes del Magreb, y ello motivó que comenzaran a llamarla al-Balat (‘camino empedrado’). Las sometidas gentes hispanovisigodas tuvieron entonces que adaptar el nuevo nombre de su calzada a como ellas lo percibían en boca de sus invasores, y el sonido con que al-Balat llegaba a sus oídos era lo más parecido a “plata”.
Otra explicación lexicográfica de la vía de la Plata se remonta al latín tardío delapidata, con que en la Alta Edad Media se designaban los suelos empedrados, incluidos los privilegiados tramos de algunas calzadas, denominación que por corrupción fonética acabaría igualmente como “plata”.
De ahí a dar el salto semántico al preciado metal de los plateros, teniendo en cuenta los antecedentes metalúrgicos de la Emerita Asturica, no hay más que un paso.

La vía de la Plata (tradicional Camino de
Santiago meridional) en el contexto de
las otras rutas jacobeas
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Se copian aquí los vídeos que acompañan a algunas entradas de este glosario:
Bastidor (1) con cristales artísticos o de colores con que se cierra un vano. Los vidrios pueden ser tintados o naturales y admiten todo tipo de representación. Conviene diferenciar la vidriera del vitral, pues este, aparte de ser más grande, suele ir acompañado de otros vitrales cerrando vanos en serie. Ver este artículo.
Grisalla. Lucernario. Luminaria. Painel (1). Rosetón (1). Ventanales.
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- Losa, moldura o grupo de baldosas sobresalientes y con leve inclinación hacia fuera, que se colocan sobre el alféizar (1) de una ventana o el umbral de una puerta para impedir que la lluvia entre en la casa.
- Cualquier elemento en voladizo (1), de obra (3) u otro material, puesto al exterior sobre una puerta, ventana, hornacina u otro tipo de vano, para que en caso de lluvia queden más protegidos, al tiempo que realza probablemente aquello que cubre.
Albardilla. Alero. Cobija (1). Colgadizo (1). Cornijón. Cornisa (1). Cornisamento. Goterón. Guardapolvo (1). Sobradillo. Sofito (1). Tejaroz. Visera.

vierteaguas con goterón
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Borde saliente e inclinado de una cubierta (1), dispuesto de tal modo que aleje de los muros el agua de los tejados cuando llueve o procure alguna zona de penumbra. A veces, sin embargo, la aparatosa vistosidad de su diseño prevalece ostensiblemente como explícita forma identitaria sobre la pura utilidad del aéreo elemento que sobresale.
Alero. Cobija (1). Colgadizo (1). Cornisa (1). Cornisamento (1). Guardapolvo (1). Marquesina (1). Rafe. Saledizo. Sobradillo. Tejaroz. Vierteaguas (2). Voladizo. Volado. Vuelo.

Antiguo colegio Hispania (Oviedo, principios del
siglo XIX), hoy sede del Colegio Oficial de
Arquitectos de Asturias, antes de ser retiradala
la polémica visera con que lo cubrieron sus
actuales propietarios en 2007.
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o visigodo
Estilo (1) artístico que se nutre de la tradición romana —pero no es ajeno a influencias bizantinas, coptas, siriacas y sasánidas—, que predominó durante la Alta Edad Media en la península ibérica una vez que las tribus germanas o godas, asentadas aquí desde el siglo V, se consolidaron como reino. No hay muestras reseñables de este arte hasta el siglo VII, y las que han sobrevivido están circunscritas a la arquitectura sacra. Si en el precedente arte romano predominó la arquitectura civil (palacios, circos, anfiteatros, teatros, palestras, foros, termas, acueductos, calzadas, cloacas, etc.) en el visigodo son los templos los que acaparan el mayor empeño artístico de los nuevos señores de Occidente. No hubo pueblo por pequeño que fuera que no luciera su iglesia particular. De la arquitectura religiosa extraemos por consiguiente las señas de identidad del arte visigodo, dando por sobrentendido que las señas referidas no siempre concurren todas en un mismo edificio:
• Planta basilical o de cruz griega ―o una combinación de ambas―, con espacios muy compartimentados.
• Testero con trasdós (4) rectangular. Un absidiolosa cada lado albergan respectivamente la sacristía o prótesis y el diacónicon.
• Un sencillo iconostasio separa el visiblel presbiterio del resto del templo.
• Arco de herradura sin clave. Cuando es peraltado —forma algo frecuente—, los lados prolongados presentan un trasdós (1) vertical y lechos (2) horizontales en la dovela salmer y en las dos o tres dovelas que le siguen.
• Columnas y pilares (1) con función estructural de soporte.
• Capiteles corintios o troncocónicos invertidos, muy simples, con gruesos cimacios (1) anclados a los muros.
• Cubrición de las naves con bóveda de cañón o de arista (4) y cúpula sobre el crucero (1).
• Muros de voluminosos sillares, aparejados (1) en seco a soga y tizón, alternando ocasionalmente con ladrillo, al modo romano.
• Decoración ubicua a base de frisos (1) labrados de roleos, esvásticas y temas geométricos (resabios germanos), vegetales y animales.
• Pequeño pórtico (2) a los pies o en los laterales del templo.
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En arquitectura calificamos como visto todo aquello que está a la vista, sin cubrimiento (2) alguno. Más en concreto se dice de aquel aparejo que en una obra (3) ya acabada se presenta tal cual es, sin revestimiento que oculte o enmascare el aspecto original de los materiales empleados. Para este tipo de aparejo se prefiere el ladrillo compacto y el cemento u hormigón. Y así, son expresiones habituales “ladrillo visto” y “cemento (u hormigón) visto”. El estilo (1) mudéjar constituye por antonomasia el prototipo del ladrillo visto. Pero en este punto el mudéjar, primero, y otros estilos, después, nos han dejado además la parhilera, esa armadura (1) apeinazada de madera cuyos componentes quedan igualmente a la vista. Caravista. Soca.

Arcos parabólicos modernistas en ladrillo
visto. “Catedral del Vino”. El Pinell de Brai
(Tarragona). 1922.
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Inscripción o anagrama latino de ‘Víctor’ o ‘Victoria’ —inspirado en el lábaro triunfador de las legiones romanas—, que a partir del siglo XIV y especialmente en el ámbito universitario se solía estampar antaño como grafito sobre las fachadas de las facultades y colegios mayores, para dar vítores, aclamar y perpetuar el nombre de quien acababa de alcanzar el grado de doctor, acontecimiento que celebraban los estudiantes con un banquete y una capea. Con la sangre del toro estampaban después en los muros universitarios el anagrama referido (los estudiantes de la facultad de Filología de Salamanca, con sede en el antiguo colegio mayor del palacio de Anaya -1760-, han mantenido hasta fechas recientes, aunque sin capea, esta tradición académica).
Con posterioridad, la devoción popular lo pintó también en catedrales, iglesias, seminarios y otros lugares devotos para ensalzar algunos sermones que habían causado gran impacto en la feligresía o como recuerdo de pías alocuciones memorables, e incluso para enaltecer la vida de algún religioso insigne.
El régimen fascista del general Franco (1936-1974) se lo apropió como símbolo oficial de victoria frente a sus opositores.
A mediados del siglo XX se trasladó este uso al ámbito civil para honrar la memoria de personajes difuntos que habían sobresalido en la vida política o en el mundo académico.

Vítor de 1746 para honrar a un sacerdote.
Fachada del santuario de la Santa Faz.
Alicante. Siglo XVI.

Vítor a Enrique Tierno Galván (1918-1986),
catedrático de universidad y primer alcalde
socialista de Madrid (1979-1986).

Escalera noble de la Real Clerecía de San Marcos, hoy
Universidad Pontificia. Salamanca. Siglo XVII.
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Vidriera alta, de gran tamaño, adosada por lo común a otras semejantes, para cubrir vanos de enormes proporciones. Composición polícroma, de cristales naturales o tintados o recubiertos de esmalte, que se unen mediante engarces de plomo, trabas de cemento o varillas de aluminio. Sus funciones son a un tiempo estructurales —aliviar los muros del peso de la piedra— y estéticas —embellecer los paramento (1) y tamizar mágicamente la luz exterior—. Los múltiples dibujos que adornan el vitral pueden representar tanto formas geométricas y vegetales como figuras históricas, sin desdeñar otras propuestas decorativas más atrevidas. Los vitrales emplomados se idearon casi al mismo tiempo que se inventaba el vidrio. Aunque ya los utilizaron los romanos, alcanzaron su máximo esplendor con la arquitectura gótica. Por su ubicación mural (1), conviene diferenciarlos de las claraboyas, luminarias que se abren en el techo para dotar de luz cenital (1) al recinto. Puesto que el vitral es la suma de muchas vidrieras, no es apropiado usar el nombre de vidriera para referirse a él. Por último, hablar de claristorio para referirse a los vitrales es incurrir innecesariamente en un anglicismo.
Ver este artículo y este otro.
Lucarna. Lucernario. Rosetón (1). Ventanales.
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Tanto la vidriera como el vitral y la claraboya transmiten luz natural —tamizada, ciertamente— al interior de un recinto. Pero hay un primer factor determinante que diferencia a los dos primeros de la tercera: su emplazamiento. Mientras la claraboya se sitúa en el techo proporcionando iluminación cenital (1), la vidriera y el vitral proyectan su luz rasgando de arriba abajo, total o parcialmente, el paramento (1).
Otro rasgo distintivo de estas tres luminarias es el diseño. La claraboya, por lo común monocroma o simplemente traslúcida, está compuesta de piezas vítreas homogénas, carentes casi siempre de especial alarde artístico; el vitral, en cambio, presenta siempre una compleja y multicromática combinación de cristales, de tamaño y color diferentes, que plasman por lo general composiciones figurativas (2) de gran calidad.
Pero también hay claraboyas que exhiben policromías muy elaboradas, y es en este parecido donde podría radicar el origen de la confusión que induce a algunos a dar el nombre de vitral a una claraboya.
Por su parte, la vidriera es el embrión de un vitral. En sí la vidriera tiene vida propia y protagoniza con elegancia el embellecimiento de entornos estancos que reciben el calor y la magia de su tamizada luz. Pero cuando ese bastidor (1) cuajado de multicolores y artísticos cristales va creciendo en altura y tamaño hasta adquirir grandes dimensiones a fin de cerrar vanos extensos, entonces estamos ya ante un vitral.
Lo que admiramos por tanto en nuestras grandiosas catedrales no son vidrieras, sino vitrales.
Por último, muchos rosetones (1) primorosamente encristalados pueden entrar perfectamente en la categoría de vitral.

Detalle de la gran claraboya ( 235 m²)
de la “sala de la vidriera”. Casa de
Juntas de Guernika. 1985.
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Última actualización: 8 de marzo de 2021