Sillares y mampuestos
calzada
1. Carretera dispuesta para la circulación de vehículos, con o sin aceras a los lados.
2. Vía para el tránsito de personas, animales y carruajes ideada por los romanos en tiempos de la República y que se intensificó con el Imperio. Con una anchura que podía llegar a los 6,5 m según los tramos, su firme constaba de varias capas: una doble cimentación de piedras gruesas compactadas, con un lecho de tierra intermedio, una capa de cantos rodados o ripios, otra de zahorra o gravilla igualmente apisonada, y finalmente un manto de jabre (arena gruesa procedente de la trituración del granito, que drena y compacta muy bien) o alguna arena similar. En ocasiones todos los lechos de la vía estaban formados por zahorras naturales bien compactadas. Esta superposición de capas originaba un terraplén ataludado y con bordillos de más de un metro de espesor, que se ceñía a la línea recta siempre que era posible y soportaba un tránsito capaz de resistir las cargas más pesadas. Solo en las ciudades se cubría la calzada con gruesas lajas o grandes piedras, planas por su cara externa, para evitar el polvo y el barro en días de lluvia. También el tramo inicial de vía fuera de las murallas se pavimentaba por idénticas razones, ya que correspondía al cementerio: esos primeros kilómetros de calzada estaban jalonados de sepulturas, según la ley romana de enterrar a sus muertos extramuros.
Para el ingeniero, historiador y experto en ingeniería romana Isaac Moreno Gallo, las presuntas “calzadas romanas“ que, fuera de las ciudades, presentan hoy un firme empedrado no son calzadas romanas; a lo sumo son reconstrucciones medievales y adaptaciones de siglos posteriores. La losa como firme de rodadura era incompatible con las caballerías sin herrar de los romanos. Para amortiguar el impacto que el trote y el galope de sus monturas tuviera en los cascos, los romanos no podían sino cubrir sus carreteras de un material que absorbiera ese impacto, o sea, la arena prensada. Tampoco los carros y carruajes podían exponerse a derrapar por un firme resbaladizo como el que proporcionaba una vía cubierta de grandes piedras aplanadas.
El origen de la calzada iba ligado a la necesidad de que las legiones avanzasen con rapidez, pero pronto se vio también su utilidad para el tráfico comercial, el acarreo de productos agrícolas y manufacturados y el transporte de personas y animales. Toda calzada estaba jalonada con miliarios, pequeñas columnas que, como puntos kilométricos, señalaban en la cuneta los mil pasos dobles (1,48 m) u ocho estadios recorridos desde el punto anterior, equivalentes a los 1480 m de la milla romana. La red de carreteras construidas por los romanos alcanzó los 100 000 km.
Vinculada a la calzada, la «mansio» —del latín manere, ‘permanecer’— era lugar de parada, alojamiento y avituallamiento para el viajero, dispuesta aproximadamente cada 30 kilómetros; y la «mutatio», localizada cada 12-18 millas, para cambiar de caballos tomando otros de refresco, además de atender las urgencias relacionadas con la salud de las monturas y los animales de tiro, así como la puesta a punto de carros y carruajes.
La calzada más antigua construida con la técnica antes descrita y conservada todavía en muchos tramos, es la italiana Vía Apia, que se inició en el año 312 a. e. por iniciativa del censor Apio Claudio, de quien tomó el nombre. En la península ibérica, centenares de kilómetros de calzadas romanas subyacen bajo campos de cultivo, caminos, carreteras convencionales y autovías, cuando no emergen cubiertas de todo tipo de vegetación, incluidos los árboles. Algunos tramos han sido recuperados recientemente en homenaje al legado patrimonial que entrañan y para disfrute de viandantes y ciclistas. Muchas de las calificadas como «calzadas romanas», con superficie de rodadura enlosada o empedrada, no son —como ya se ha apuntado antes— vías romanas, si bien se presume que algunas podrían seguir el trazado original.
De las treinta y cuatro vías que el Itinerario de Antonino, del año 127, menciona como existentes en Hispania las más importantes fueron la Vía Augusta, que unía Roma con Cádiz bordeando el mare nostrum, y la Vía Emérita Astúrica o Vía de la Plata, que recorría la distancia entre Mérida y Astorga. En referencia al calificativo «de la Plata» hay que señalar que procede del árabe balath (‘pavimentado’, ‘empedrado’) o bien del latín tardío lapidata, por alusión a las capas de piedra que conformaban el núcleo interno de la calzada o tal vez por los numerosos miliarios que la jalonaban, pues había uno cada 1480 m. Ver este artículo.

Calzada romana en tierras de Soria, con la rodadura
de arena prensada sobre la zahorra, los bordillos
laterales y el terraplén ataludado.

Calzada romana Puerto del Pico (1.352 m),
por la que subían hierro de las ferrerías
de La Tablada (Arenas de San Pedro,
Ávila). Siglo I.
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