Sillares y mampuestos
cluniacense
Hace referencia a la arquitectura románica difundida en Europa por los monjes benedictinos de Cluny (Francia) entre los siglos X y XII.
La exclusiva dependencia que esta orden monástica consiguió del Sumo Pontífice le dio gran poder de expansión e iniciativa, como lo atestiguan los cientos de monasterios que se construyeron en pocos años por toda Europa.
Tanto el replanteo como el alzado (3) de los edificios cluniacenses se ajustaron sin excepción durante siglos a lo que prescribían las normas arquitectónicas emanadas de la casa madre. Los cenobios locales que se iban construyendo se ajustaban a una versión reducida de aquella grandiosa abadía, a la que, evidentemente, no podían ni debían emular. En ningún monasterio, sin embargo, debía faltar el claustro, ese recinto cuadrangular, ajardinado y rodeado de arquerías, en torno al cual se distribuían las dependencias más importantes de la comunidad monástica.
La iglesia era de planta (1) basilical, con nártex o galilea, tres naves y doble coro de monjes y legos o donados ocupando la nave central. Un marcado transepto abría su cabecera, con poliédrico ábside semicircular, que podía ser escalonado (b), y una cantidad generosa de absidiolos que, en torno a la girola, albergaban las capillas para la celebración de la misa individual y por turnos de los presbíteros.
La expansión de los «monjes negros», como el pueblo llamaba a los benedictinos por el color de su hábito y su amplia cogulla, favoreció el fervor y auge de las rutas de peregrinación, entre las que destacaban la que conducía al sepulcro de san Pedro, en Roma, y a la tumba de Santiago, en Compostela. A lo largo de su recorrido y auspiciados en primera instancia por los monjes de san Benito, se levantaron hospitales y hospederías de peregrinos, se tendieron puentes (3) y se jalonaron hitos religiosos con nuevas iglesias y ermitas, que sembraron de arte, especialmente románico, numerosos territorios.
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