Sillares y mampuestos
escultura románica
Resultado de modelar, tallar o esculpir en barro, madera y piedra, respectivamente, figuras de plantas, animales, personas y cosas según los esquemas del arte románico con supeditación espacial al reclamo arquitectónico. En ningún otro estilo (1) se da una simbiosis tan manifiesta entre escultura y arquitectura. (El antecedente más cercano lo encontramos en el frontón romano, que copia del griego.) Muchas de las piedras que conforman una construcción románica son esculpidas configurando capiteles, columnas, roscas (1) de arco, jambas, tímpanos (1), arquivoltas (2), claves, canecillos, trompas, pechinas…, supeditando su forma real al volumen del sillar que le da cuerpo, el cual a su vez someterá dicha forma a las leyes arquitectónicas de la obra (2). De ahí que toda representación se metamorfosee y esquematice hasta el punto de lograr un estilo escultórico acomodaticio. «El escultor románico condiciona las figuras a las exigencias de la función arquitectónica y a un fin decorativo. El marco arquitectónico no se limita a encuadrar las formas, sino que, hasta cierto punto, las engendra. Así las figuras se ajustarán, deformándose, a la forma cúbica del capitel, al semicírculo del tímpano o a las alargadas formas de las jambas. Para ello el escultor románico no halla impedimento en variar los cánones o en imprimir movimiento a las figuras.» (José María de Azcárate, 1966).
La escultura románica no se entiende, pues, sin el edificio que la cobija, sin las piedras que la sustancian, porque estos bloques (2) son a la par estructura y labra (1), nada queda sobrepuesto. La figuración que exhibe el capitel, por ejemplo, crea el capitel mismo; el friso (4) no es algo adherido, sino que se tallaren el mismo paño (3), y el fuste estatuario es más una excrecencia pétrea que un cuerpo perfilado.
También el simbolismo es factor determinante en la escultura románica, pues toda creación plástica debe transmitir con claridad el mensaje propuesto. Cada imagen será identificable por su atuendo, busto, pelo, objeto que porte o lugar que ocupe, nunca por unos rasgos personales que, en una sociedad conducida con criterios religiosos, induzcan a la idolatría. Se crea así un mundo ‘intelectual’ en el que no cuentan ni el volumen real de los cuerpos ni su existencia material, sino una realidad que los trasciende. Un arte antinaturalista, por tanto, que solo capta la idea inmanente de las cosas, que no persigue lo sensorial, sino su interpretación.

Tímpano de la portada norte de la iglesia de la Asunción.
Bossòst (Valle de Arán, Lérida). Siglo XIII.

Dos de los cuatro profetas mayores.
Columnas antropomorfas de la
portada occidental de la iglesia de
San Martín. Segovia. (Siglo XII).
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