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Sillares y mampuestos

tardorrománico

románico de transición protogótico

Última etapa del arte románico: desde el final del románico pleno (hacia 1175) hasta sobrepasado el primer cuarto del siglo XIII —en algunas regiones hasta el siglo XIV—, en que el arte gótico, pujante desde mediados del siglo XII en catedrales y otros templos pioneros del norte de Francia, se expande rápidamente por doquier como estilo (1) hegemónico, con el propósito de desplazar al románico definitivamente. Coincide el tardorrománico con el periodo de mayor actividad constructiva de la reciente orden cisterciense ―monjes benedictinos franceses reformados―, promotora de un arte austero que terminaría retornando con los años a la fastuosidad que había censurado.

En las numerosas fundaciones que el Císter llevó a cabo, especialmente a partir de 1135, la arquitectura de los monjes blancos se caracterizó por la adopción modesta, a veces apenas insinuada, del arco  ojival, la bóveda de cañón apuntado y la bóveda de crucería, formas preexistentes que la recién nacida arquitectura gótica ya había hecho suyas e iba a desarrollar exponencialmente (ver este artículo y este otro). Durante algún tiempo, el estilo cisterciense compagina en una misma construcción estas innovaciones protogóticas con el tradicional arco de medio punto, la bóveda de cañón y los pesados contrafuertes. La ornamentación cada vez más naturalista y la proliferación del simple revoque o el agramilado (1) en los muros se combinan con la sobriedad de un capitel de inspiración vege­tal, vidrieras en grisalla o monocromas y la decoración geomé­trica (hojas de palma, rejillas y entrelazados [2]).

Esta austera forma de entender el arte, en la que, siguiendo el talante románico, el pathos apenas tiene cabida, va a convivir durante más de medio siglo en ámbitos no cistercienses con un románico rebosante, cada vez más elaborado y realista, que comienza siquiera tímidamente a transparentar las emociones. Periodo por tanto de transición al gótico, al tiempo que el reduccionismo artístico de los monjes del Císter libraba su particular batalla en pro de una radical austeridad. El último románico vuelve con nuevos bríos a las formas de la Antigüedad clásica (1) en connivencia con la estética bizantina, y trata de aunar la monumentalidad con el detalle minucioso y colorista.

Se dan cita en esta época algunos de los mejores maestros de obras (2), que a la par que canteros eran ingenieros y escultores, creando escuela en todo lo que hacían. Son sus nombres y obras más destacadas:

El maestro Mateo (cripta y pórtico [2] de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, La Coruña).
Juan de Piasca (posiblemente el llamado «Covaterio»), en las iglesias de Piasca (Cantabria) y Rebolledo de la Torre (Burgos).
El maestro Garsión, autor de la cabecera de la catedral de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja).
Arnau Gatell (claustro benedictino de San Cugat del Vallés, Barcelona).
Raimundo Longobardo (catedral de Seo de Urgel, Lérida).
Petrus Deustamben, cuyo trabajo en la colegiata de San Isidoro de León durante la primera mitad del siglo XII fue decisivo para el románico posterior.
Leodegario, artífice de la fachada de la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa, Navarra.

 

 

Atrio de la iglesia del Cristo, debajo de la catedral
de Santander. Primer tercio del siglo XIII.

Iglesia del monasterio premostratense de
Santa Cruz de la Zarza. Ribas de Campos
(Palencia). Finales del siglo XII.

Antiguo dormitorio del monasterio cisterciense
de Poblet. Vimbodí (Tarragona). Finales del
siglo XII.

Rey David músico. Cabecera de la
catedral del Salvador. Sto. Domingo
de la Calzada (La Rioja). Siglo XIII.

Capitel de la resurrección de Lázaro (realismo de los
discípulos tapándose la nariz). Claustro de la catedral
de Tudela (Navarra). Siglo XIII.

Machón de la Anunciación-Coronación
de la Virgen. Claustro del monasterio
benedictino de Silos (Burgos).
Primera década de 1200.

 

 

 

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