Sillares y mampuestos
termas
Recintos sociales destinados a baños, que los romanos copiaron, como tantas otras cosas, de los griegos y las perfeccionaron. Desde entonces ha habido termas o «baños públicos» en otras muchas culturas.
Arquitectónicamente las termas romanas se caracterizaron por su monumentalidad. Además de las estancias directamente relacionadas con el baño, había otras reservadas a masajes y actividades culturales, gimnásticas y lúdicas. Las termas más importantes contaban incluso con servicio de biblioteca. Eran además sitios donde se intercambiaban noticias y se fomentaban las relaciones públicas. En el fondo respondían a la idea generalizada del culto al cuerpo, y a las termas acudía sobre todo la gente que no podía permitirse un balneum en su propia casa.
Estos eran los espacios principales de las grandes termas:
• palestra: patio central al que se abrían las otras estancias; en ella se practicaban ejercicios físicos.
• tabernae (tabernas): tiendas que expendían bebida y comida a los bañistas.
• frigidarium: sala para los baños de agua fría; estaba al descubierto y podía incluir una gran piscina donde practicar la natación.
• tepidarium: habitación con temperatura tibia que preparaba tanto para el baño caliente como para el de agua fría.
• caldarium: sala para tomar el alveus o baño cálido, era la habitación más luminosa y adornada.
• apoditerium: sala de vestuarios, próxima a la entrada, con banco (3) corrido y hornacinas sin puerta donde dejar la ropa bajo vigilancia de los esclavos.
• laconicum: baño de vapor.
Las termas que no comunicaban con fuentes termales disponían de un sistema de calefacción o hypocaustum (hipocausto) basado en una red de tuberías por debajo del enlosado, las cuales, al tiempo que abastecían de agua caliente al caldarium, proporcionaban a través del suelo calor al tepidarium y a otras habitaciones. Unos hornos situados en el exterior se encargaban de calentar permanentemente el líquido elemento.
Diez mil esclavos atendían a los 1300 bañistas que acudían diariamente a las termas de Caracalla, más pequeñas aún que las de Diocleciano, ambas en Roma.
Los árabes heredaron la sana costumbre de bañarse, y en todas sus medinas construían baños públicos (hammam), pero de proporciones más modestas que las termas romanas. Casi todas las provincias españolas cuentan en su patrimonio arquitectónico con restos de aquellas instalaciones árabes. En menor medida, en los últimos cien años se han ido descubriendo también termas romanas, algunas de las cuales, gracias a las aguas medicinales que todavía brotan en el lugar, han sido recuperadas como reclamo del moderno balneario que ahora las perpetúa.
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