Sillares y mampuestos
claustro
Recinto asociado a una comunidad de monjes/monjas o frailes alojada en un monasterio o convento, y también a un cabildo catedralicio formado por clérigos o canónigos regulares. En España el claustro es el desarrollo arquitectónico cuadrangular de la lineal y exclusiva galería porticada (1) altomedieval que, adosada a todo lo largo del hastial (1) meridional del templo, protegía su portada cual cobertizo (2) o zaguán semiabierto, dotado de vanos (1) y columnas. Su añadida función de espacio suplementario para ciertos cultos —entre ellos el procesional, que lo hizo indispensable— y como lugar de enterramiento de próceres, especialmente si eran eclesiásticos, convirtieron al claustro —y lo consagran todavía hoy— en el corredor (1) sacro por excelencia.
Consta el claustro de cuatro pandas techadas, enfrentadas dos a dos y conectadas entre sí por sus extremos, que dejan en medio un espacio a cielo abierto, cuadrado o rectangular, resultado de dicha conformación. Su ubicación le confiere al claustro, a diferencia de la galería porticada o el atrio (1), la condición de ámbito interno y recoleto, casi exclusivo, reservado a la comunidad religiosa que lo habita (clausura remite a claustro). De hecho, a su alrededor discurre la vida de quienes se han sometido voluntariamente a unas reglas de vida en común. En el muro de sus cuatro pandas se abren puertas que dan acceso a las dependencias monásticas o catedralicias más importantes: la iglesia, la sala capitular, el refectorio, la cocina, la tahona u horno, el scriptorium, la biblioteca, la sala de oficios; y sobre ellas el dormitorio o las posibles celdas, la enfermería y otras salas de uso comunitario.
Sobre las pandas propiamente dichas puede haber un segundo piso (5) de similares características. Los lados diáfanos de ambos pisos se abren al ya citado patio central —por lo común ajardinado— mediante vanos arqueados o adintelados (2), separados por columnas que apean (1) en un plinto (4) corrido (2). Otras veces, grandes ventanales protegen una o ambas plantas de la intemperie, creando con ello claustros semicerrados, que en algunos casos vieron así alterada su configuración original.
El claustro es a menudo un muestrario inigualable de arte, especialmente románico, plasmado admirablemente en la labra (1) historiada, geométrica o vegetal de los capiteles, en la variedad de columnas, en la tracería (2) de las bóvedas, en los calados polilobulados de los ventanales góticos, en las balaustradas y los medallones renacentistas de las enjutas (3), en el emborrillado de los suelos…
A las funciones —algunas poco a poco amortizadas— que el claustro heredó de la galería porticada (lugar de enterramiento, juntas comunales, escenario penitencial) añadió el ya aludido corredor procesional, en las fechas litúrgicas señaladas por el calendario eclesiástico general o por las reglas fundacionales propias.
Desde el punto de vista artístico, en el Renacimiento le salió al claustro un competidor: el cortile. Pero este se mantuvo circunscrito al ámbito palaciego, casi siempre civil, al margen por tanto de connotaciones religiosas. La luminosidad y mayor diafanidad del cortile (amplios intercolumnios (2) sin plinto bajo arquerías uniformes) contrastaba con las formas del claustro, siempre conducentes al recogimiento y a la meditación de los misterios de la fe, admirablemente expuestos en la labra de sus capiteles.

Monasterio cisterciense femenino de Sta. María
la Real. Villamayor de los Montes (Burgos).
Siglo XIII.
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